
Íñigo Gamazo, in memoriam.
Nos dice André Viard que ha estado en Céret viendo a los del Raso de Portillo, los toros de Valladolid, excelentemente presentados, toros de lidia y fuerza que se han llevado en sus costillares nada menos que diecisiete varas en la tarde soleada francesa. Dos varas recibió el primero; dos el segundo; cuatro el tercero; y tres cada uno el cuarto, quinto y sexto. En total, diecisiete. Y eso ahora que parece que se quiere desterrar esta suerte, única, irrepetible, medidora de bravura, genio y empuje de un toro de lidia. Fueron lidiados por Robleño; Gómez del Pilar y Máxime Solera. Y aunque no haya habido trofeos, la tarde mereció y mucho la pena.
Creo sinceramente que la ganadería del Raso de Portillo merece más que atención para estar entre las elegidas. Bien es verdad que sus toros no son perrillos falderos que van y vienen con trotecillo tontorrón y poco peligroso. Antes bien, exigen los cinco sentidos de aquellos toreros que quieren enfrentarse a ellos.
Y me alegro, como nos alegramos todos, porque la obra que iniciara en la que dicen ser la ganadería más antigua de España el desaparecido Íñigo Gamazo Manglano está dando sus frutos en una partida de reses de empuje, bravura y peligro que debe ser dominado con inteligencia y valor. Hoy en Francia Robleño, Del Pilar y Máxime lo han demostrado.
Unas fotografías de Muriel son prueba evidente de quien estuvo allí y vio.
Por eso es motivo de alegría, aunque algunos digan o escriban que vaya petardo de corrida por imposible lucimiento de los diestros.
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