Muere junio, llega el calor y las fiestas patronales en honor de san Pedro y San Pablo esparcen su ansia y torería por muchas de las ciudades y pueblos de nuestra tierra. Primero abrió Soria con la formidable saca de San Juan, un espectáculo único e irrepetible en los anales de la tauromaquia popular que se da todos los años allá entre el verdor y la piedra de Valonsadero corriendo los doce toros elegidos para la función. El pueblo de Machado abrió cartel con su feria taurina y sus novilladas donde se entremezcla lo divino y lo humano en una amalgama de colores y algarabía de otros tiempos.
Mañana Burgos y Zamora descorren también los cerrojos de sus plazas, una centenaria la del coso de la calle de la Amargura y otra a punto de desaparecer y ser sustituida por otra de nueva fábrica, la del Plantío. Eso por hablar de las corridas de toros en plazas catalogadas como de segunda en capital de provincia. Pero también los pueblecitos dan y tienen sus fiestas de toros en las que novilleros, diestros toreros curados ya en sudores y metafisica, de vuelta de muchas cosas y marcados por el resplandor de una afición desmedida, torearán novillos o toros, da igual lo que les echen, el caso es ponerse delante vestido de luces, de corto, con una muleta en la mano, soñando naturales y enjaretando verónicas con el capote desplegado con garbo y soltura.
Pueblos pequeños en los que la crisis ha hecho mella tal y como en todos los demás dedican unos días a la fiesta patronal. Ahí están Sieteglesias, honrando a San Pelayo, o a punto de abrir la honra a San Victorino la gente de Arévalo y tantos y tantos pueblos de esta tierra que llevan unos carteles de toros y novillos dignos y adecuados a lo que hay y se ofrece.
Como en el fotograma con que ilustramos este comentario, los dos torerillos se dirigen a la plaza del pueblo, normalmente cerrada con carros y talanqueras para torear un torete o una vaca vieja, tragando el miedo y suspirando en un susurro elocuente, vestidos de toreros, de luces, brillando al sol de junio sobre las lentejuelas que resplandecen ante un grupo de personas que les contempla con admiración y en silencio en su deambular a la tragedia. Los dos van concentrados, en silencio pausado, sin intercambiar palabras, pero en la serenidad de sus rostros se capta el tiempo que fue España en otra época cuando la esperanza por salir de la miseria abrigaba cualquier obra humana. Y así las paredes desvencijadas, desconchadas con desollones y decrépitas por el tiempo y la incuria y una cruz de palo sirven de cobijo a ese paseíllo singular, único e irrepetible por los pueblos de nuestra tierra que hacen quienes quieren ser toreros y mostrar a los demás su valor, su torería, su arte en una palabra.
San Pedro y San Pablo de junio ya están aquí entre nosotros. Un homenaje festivo paladeado con toreros, como siempre fue. Por eso, ¡es hora de irse a los toros!
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