Andan los pueblos de por aquí en danzas y fiestas, luminarias y baile. Y lo que no faltan son los toros, por aquello que una fiesta sin toros es una fiesta muerta (Félix Calvo Casasola, alcalde de Villalar, dixit). Y hoy traemos una escena captada en el Maderal, localidad de Zamora que ha celebrado con jolgorio, entretenimiento y alegría sus fiestas patronales. Un novillo, poco más de eral, apuntando su entrada en utrero, marcado con la perfección del hierro y su guarismo de nacimiento en 2013 mantiene a raya a toreros de fortuna en las bodegas del Maderal.
La fotografía está captada por José «Carpita» y pertenece a toda una colección de gusto y visión más que afortunada, porque el bueno de «Carpita» se mete encima del lance para poderlo captar mejor. En alguna ocasión su cercanía y atrevimiento le ha costado más de un disgusto y un revolcón, al no darle tiempo, pese a su agilidad, a quebrar al toro si se le arranca. Tal fue la desgraciada mañana hace cuatro años en San Felices de los Gallegos donde un toro lo mandó a la cama del hospital tras una buena cogida.
El símbolo del toro, grande o pequeño, es innato en nuestra memoria. Va incardinado a la propia vida de muchas personas, demasiados pueblos y más gente de la que se cree contraria. Esa que vocifera tanto y organiza las algaradas y protestas en las plazas de toros, tan recogidos y multiplicados por el medio de comunicación que ve en la protesta un filón para cubrir sus páginas que, en otro caso, saldrían en blanco o no tendrían razón de llenarse.
El toro bravo, cinqueño, cuatreño, utrero, novillo, o eral, es el rey de la fiesta de nuestros pueblos. Por eso está arriba en el pedestal de la categoría. Ya sean toreros profesionales o toreros de fortuna, la lidia mantiene una inequívoca unidad en su raíz en su esencia, en su razón de existir, sea la que sea. Por eso,
¡Que siga la fiesta en España!
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