La entrada de un nuevo maestro al gremio torero se produjo ayer en la plaza de los cuatro caminos en la capital de Cantabria en una tarde luminosa, con casi todo a favor: el tiempo, el ganado, el público, la autoridad y lo que es fundamental la actitud del propio aspirante a torero, esta vez procedente del corazón charro de la Fuente de San Esteban.
La alternativa de Alejandro Marcos, recibida de manos de José María Manzanares, con Talavante de testigo, oficiada frente a un toro de Olga Jiménez de nombre «esaborío», negro, carifosco, de 503 kilos de romana tenía todo el aliciente de un encuentro con la realidad del toreo y su renuevo constante para mantener una vocación singular, llena de pasión y fuerza, que atraiga como un imán a las virutas de hierro al graderío de una plaza de toros.
Alejandro en su inicio para esta durísima profesión no cambió la tónica de los últimos tiempos, al considerársele un matador que no consigue con plenitud, la estocada que demuestre su nombre adquirido hoy, el de matador de toros.
Tiempo habrá de explicaciones, pues hoy es día de emoción y llegada a una meta anhelada. Aunque aquí no pueden escribirse panegíricos, sino razones contrastadas, exposiciones, vivencias y opiniones críticas siempre respetuosas con quien es capaz de emocionar a otros con un capote y una muleta.
La corrida de los Hermanos García Jiménez dejó destellos de bravura y nobleza, especialmente en tres de los toros, aplaudidos en el arrastre y completada con otro del Hierro de Peña de Francia de los mismos ganaderos, un tanque de toro con 649 kilos de romana que sería a la postre quien encumbró a Marcos hacia la puerta grande, concediéndosele dos orejas por toda su faena, de nombre «boticario» fue el que dio la medicina en su fórmula magistral de trapío y poder en la redoma de su cuerpo. Marcos estuvo entregado toda la tarde, con ganas de hacer las cosas, de agradar y torear, pero su brazo encogido al entrar a matar posiblemente le priven de más triunfos en su carrera.
Y Manzanares y Talavante, dos maestros del temple y colocación, de innegable oficio y maestría, mostraron al discípulo aventajado las formas por las que hoy se rige el toreo, aunque la emoción del público baje a cotas insospechadas en otros tiempos.
No puedo olvidar la brega de «Suso» al primero del maestro de Alicante, bajándole el capote y enseñándole a embestir con suavidad y humillación.
Tampoco la actitud amable de un público afectuoso con el torero y con todo lo que este haga, ni el fantástico pasodoble «Santander» interpretado por la banda de música dirigida por Miriam Jaurena,una auténtica delicatessen para los oídos de los espectadores.
En Santander echó a volar la ilusión de un salmantino de la Fuente de San Esteban como antes lo hizo del Álamo o Juan José, que engrosa la nómina de toreros de Salamanca y lo hizo por la puerta grande.
Foto:Serrano Arce
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