Mira que es fácil hacer algo por los espectadores que, normalmente, son agradecidos , pero que antes de nada deberían reconocer el esfuerzo que supone poner en marcha una corrida de toros, una novillada con picadores o cualquier otro festejo taurino sea del signo que sea. Echarse al ruedo empresarial taurino suele traer en más de una ocasión cornadas profundas, someras y varetazos, según los casos, más que éxitos, dinero y aplausos, con la organización de festejos de toros, a los que deseamos acudir. Vamos a ir poco a poco para que el razonamiento se entienda, se procure mejoría y se apuntalen las ideas que sirven y que pueden ser útiles para atraer más público a las plazas.
Me precio de ser amigo de muchos y variados hombres, empresarios taurinos que, año tras año y temporada tras temporada, ponen su tiempo, su dinero y su trabajo a la organización de los toros en pueblos y ciudades. Pujan por obtener las concesiones ante los ayuntamientos que propician las ofertas, en la mayor parte de los casos, cortas y cicateras, mantienen reuniones, confeccionan presupuestos, concursan a las plicas y viven en el circuito de ferias con el resto de profesionales que completan su labor en una oficina volante, en una taquilla o en cualquiera de los recintos habilitados. Ellos también tienen una familia a la que mantener y una cuenta de resultados a la que es preciso cerrar con balance positivo al final de temporada, tarea más que difícil y casi imposible porque los pagos no se ejercitan en su debido tiempo. Cada uno de ellos contaría mil y una historia al respecto, de encuentros y desencuentros con otras personas y organismos, ejerciendo tareas duras y excesivamente agresivas para su forma de ser y actuar en muchas ocasiones impulsados por el acontecimiento y problemas que deben resolver a satisfacción de unos y de otros.
La primera premisa es que, a mi humilde modo de ver, la Tauromaquia es un barco en el que hay demasiados capitanes, con lo que más a menudo de lo que sería menester, la barquilla, la barcaza, la nave choca contra un obstáculo, se agrieta y hace agua por todas partes. Aquí hay mucha culpa de quienes tenemos la sagrada obligación de transmitir a los demás, en nuestro respectivo medio de comunicación, las opiniones y el análisis imparcial de un festejo cualquiera, contando lo que se sabe, lo que se evidencia, con opinión objetiva y honrada en lugar de detenernos más en la adulación interesada a quien nos reconoce con el favor, con el afecto, con la amistad, con la palmadita en la espalda o con la invitación sin cargo al espectáculo, disimulando sus errores o excusándole la arbitrariedad si la comete.
La segunda que los integrantes del mundillo taurino son seres humanos que también lloran o ríen y arrostran los problemas con fe para resolverlos, con ganas para intentarlo aunque no siempre les salga como ellos quieren o como los demás lo vemos. Por eso, bien está ponerse en su lugar, facultar un ejercicio de comprensión y no anteponer intereses propios frente a los ajenos para seguir animándoles por estar ahí al marro cada temporada venga como venga. De todo esto hablaremos en otra ocasión con mayor profundidad. Hoy baste la pincelada de responsabilidad, nobleza y lealtad que es requerida a todos nosotros.
El almohadillero que vende esos asientos portátiles de tela mullida junto a la plaza de toros en tarde de corrida, voceando en alta voz y ofreciendo el producto a precio asequible, para enmascarar el calor o la friura de la piedra del tendido en salva sea la parte, también tiene aquí su sitio, su expresión y su protagonismo, al ofrecer una mínima comodidad al espectador que sabe, al adquirirle el utensilio o cojín, que colabora también de alguna forma con la persona que trate de paliar una necesidad tan sencilla como esa de protegerse el antifonario del contacto directo con el graderío desnudo de la plaza. Con él también se ofrecían sombreros de paja de los de quita y pon, tal y como pueden verse en la parte superior del conjunto de almohadillas.
¡Almohadillas, para los toros! ofrece el individuo a grito pelado, levantando con una mano varias de ellas y con la otra metiendo en la cartera monedero los dedos por si los euros están recogidos y a buen recaudo. Al fondo, otras mesas con paquetes de almohadillas y banderas españolas con el emblema del toro por señal significativa esperan que la demanda aumente la recaudación de una tarde de corrida, porque mañana, tras cargar los bártulos, les espera otra feria, otro pueblo, otro sitio en donde ofrecer algo para que los demás disfruten, se encuentren cómodos o simplemente se diviertan.
Foto; José Fermín Rodríguez
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