La noticia empezó a repetirse en los móviles de cuantos estábamos en la plaza de Arévalo presenciando la extraordinaria corrida de cierre de sus fiestas patronales como un zigzagueante relámpago de horror, tristeza y desencanto: La muerte del torero Víctor Barrio en la Plaza de Teruel tras una cornada que le propinó el tercero de la tarde. Arévalo y Teruel se unieron en el dolor de sus compañeros de terna que pese a cortar las orejas que les acreditaban para salir a hombros, declinaron los tres y en compás silencioso, meditabundo, triste y emocionado abandonaron el coso de la tierra de la Moraña.
Los tres diestros se habían ganado el honor de salir a hombros por la puerta grande al cortar dos orejas Juli y Perera y cuatro el peruano Roca Rey a un encierro flojo, noble pero sin emoción y escaso de raza y fuerza de Garcigrande. Tanto que desapareció la suerte de varas totalmente esta tarde del coso arevalense y, no obstante, algunos espectadores aplaudieron a los cornúpetas en el arrastre en impropia decisión pero soberana. El primero de la tarde, inválido de las patas traseras fue devuelto a los corrales y sustituido por el sobrero de la misma ganadería.
«Emoción»; «pomposo» y «chulo» fueron aplaudidos cuando las mulillas del arrastre los llevaban a jurisdicción del carnicero, sin haber hecho la suerte de varas con propiedad, decisión, entrega, empuje ni poderío. Tan solo un picotazo señaladito y a otra cosa mariposa. El último de la tarde y del encierro fue el que apretó algo más en el jaco. Al paso que vamos, bien desaparecida está ya la suerte de varas.



La corrida presenciada por tres cuartos de plaza, lleno en la sombra y con mucho cemento el sol, inmisericorde, de castigo, al que nos somete en esta ocasión la empresa para hacer nuestro trabajo, con Fermín el fotógrafo tirando a contraluz desde la misma meseta de toriles, junto a los timbaleros y clarines y yo mismo enfrente de la Presidencia al caer la tarde y la corrida y junto a la puerta grande por deferencia de los guardias, apuntando como podía los datos para luego poder recordar una corrida en donde abundaron los soponcios en espectadores debido al calor, la interpretación del himno nacional de España al comienzo del festejo y la presencia en una barrera de la Infanta Elena acompañada de una de sus hijas y a la que los toreros brindaron sus tres primeros toros, fueron notas destacadas en esta ocasión.
La corrida ha sido más de expectación que de grandeza torera, pese a las orejas concedidas tras faenas no exentas de cierta ventaja y aburrimiento. Solo unos momentos de Perera ante el quinto de la tarde, poderoso y entregado el de Puebla del Prior, encauzando la embestida del animal con cambios de mano, dándole la distancia, citándole de largo, de corto, de frente, de perfil, aunque una faena pinchada con el acero antes de lograr la estocada entera que echó patas arriba al «chulo» noble y flojo toro de Garcigrande, tuvieron los mejores momentos de temple y mando torero.
Roca Rey en su momento de quietud, de quietas las filas, prietas y marciales, estirado como un huso y completando su faena que empezó en el centro del ruedo con un pase cambiado muy ajustado. La había iniciado con el tercero de la tarde, antes de correr la noticia triste, con cuatro estatuarios a pies quietos muy aplaudidos y que calentó al personal ovacionándole con fuerza. Dos estocadas enteras tirándose arriba, efectivas y de efecto casi fulminante, hicieron tremolar los pañuelos pidiendo la recompensa para el joven peruano que tiene revolucionada a la gente por su forma de entender el toreo, con valor, emoción y riesgo. Recompensa que llegó por partida doble en sus dos toros.
Y el maestro Juli ante el primero de la tarde que no picó en varas y que brindó a la infanta, ni estuvo ni se le esperó. Poco fue lo realizado ante la escasa fuerza del animal. Cogiendo el estaquillador muy por el extremo y citando con cierta ventaja, no pasará su faena a la posteridad añadiéndose además el fallo con los aceros al pinchar dos veces, antes de lograr una media tendida y trasera. Ante el cuarto estuvo algo más variado con el capote y la muleta, terminando con una estocada entera de esas que llaman al julipié que le valió las dos orejas en premio excesivamente triunfalista y agradecido de la Presidencia.
En fin, hoy la corrida de Arévalo, larga como todos sus festejos, no ha sido un dechado de virtud, pese al éxito. Solo apariencias y ya se sabe que las apariencias engañan. Y en la despedida, el recuerdo al malogrado Víctor Barrio, torero segoviano por la gracia de Dios, muerto en Teruel. Que Él le tenga en su gloria.












Reportaje Gráfico: José FERMÍN Rodríguez.
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