Y por aquello de saludar a un amigo que está bregando en la organización de los festejos de toros en Colmenar Viejo junto a sus compañeros de equipo, trabajando hasta casi salirle el pelo que ya no tiene, y con la ilusión por bandera allá que nos fuimos a la localidad madrileña para conocer su plaza monumental, ver torear a los tres toreros anunciados: Sebastián Castella, Alejandro Talavante y Alberto López Simón, en tarde espléndida de sol, calor y moscas y comprobar el resultado de una gestión empresarial que vimos personalmente empezar en su arranque original. Ahora ya, ellos vuelan solos y en poco precisan del reclamo que uno pueda brindarles, aunque la amistad perviva tal y como lo fue en aquellos tiempos del principio. Por eso fuimos a Colmenar, plaza del circuito que aún no habíamos pisado personalmente y lo primero la admiración por el inmenso graderío volado de su construcción, el recuerdo en la memoria del malogrado Yiyo caído en su mismo albero y una afición interesada, conocedora, animosa y respondiendo positivamente al guiso de la feria de este año.

Por eso hoy no sirve la crónica exacta de una corrida sino intentar dar al lector y transmitirle la vivencia de grandeza, temple, torería, majeza y mando de un torero en la cúspide de su vocación: Alejandro Talavante frente a un bravo toro premiado justamente con el pañuelo azul a su muerte, con una colección de fotografías que a buen seguro deleitarán la vista y el recuerdo. Alejandro Talavante ha toreado hoy en Colmenar con la gracia que Dios le ha dado, la guapeza, la integración cromática de un animal bravo siguiendo la tela roja que un hombre le mostraba y en resumidas cuentas echando a espadas una faena de antología profesional, rubricada por un volapié excepcional, grandioso, lleno de riesgo del que salió con la taleguilla rasgada, por cuya pequeña abertura se veía el rojo intenso de la piel del torero tras el toque del cuerno.
Dicen algunos compañeros para definir la faena de Talavante hoy en Colmenar que había sido cumbre. Yo no sé si esa es la correcta definición, pero bien creo que el dictado de su lección torera conmovió los cimientos de una plaza que hoy ha albergado y llenado más de tres cuartos de su aforo.
Al final del festejo salió a hombros el pacense con su compañero López Simón que cortó una oreja en cada toro de los que lidió. La primera como premio excesivo, tras un espadazo desprendido y tres golpes de descabello. Un López Simón que aún no ha recuperado la excelente forma en la que se encontraba hace unas fechas que pisa terrenos inverosímiles pero que no liga con la exactitud y belleza con que antes lo hacía. Sin embargo, para él también se abrió la puerta grande. El director de lidia y torero que abrió plaza por ser el más antiguo, Sebastián Castella, dio una lección de pundonor, de saber estar, de temple y de toreo del bueno por lo que fue premiado con una oreja.






Y al caer la noche, pues eran las 9 y 15 cuando acabó el festejo, tras casi tres horas de reloj y los focos artificiales hacían titilar los trajes de luces de los toreros, una imagen seguía en nuestra retina: La de Alejandro Talavante toreando al Jandilla, quinto de la tarde, echado como sobrero, que puso a todos de acuerdo en su bravura, nobleza y acometividad. Eso sí en manos de un maestro consagrado.Esa tarde en Colmenar Viejo es de las que resultará difícil olvidar.
FOTOS: José FERMÍN Rodríguez
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