El inconfundible mechón blanco de Antoñete marcó época en las tertulias y retransmisiones taurinas de la televisión privada que viene dedicando desde hace unos meses atención predominante a los toros, ahora que el fútbol ha sido desplazado de su parrilla y de la cuenta de resultados.
Antonio Chenel Albadalejo «Antoñete», torero por la gracia de Dios, ha rendido el alma. Su voz cascada, recia, ronca por causa del tabaco y de los años ha terminado el andar por este valle de lágrimas y hoy los teletipos propagan la noticia de su fallecimiento en el hospital Puerta de Hierro de Madrid.
La Plaza de las Ventas de Madrid fue símbolo predominante en su carrera como torero, aupado a lo más alto y referente del taurinismo de los últimos años atinaba en sus comentarios, parcos siempre pero precisos, de los micrófonos. Y en el recuerdo aquella faena al toro ensabanado de Osborne en las Ventas que lo pasaportó a la gloria taurina para siempre. «Devolución y magisterio» fueron las palabras de Mariví Romero, que se escucharon, al comentar los lances y la media verónica.
Después vendrían luces y sombras, siempre aparejadas con lesiones óseas que le impidieron culminar y mantenerse en esa cúspide de los elegidos. Pero Antoñete ha sido siempre un hombre del toro, una personalidad única entregada de por vida que hasta dando bellotas en la mano a su toro semental «romerito», apaciblemente sentado al atardecer de un día en la sierra madrileña, enseñó deleitando con la tranquilidad, la pausa y el sosiego que debe tener un torero.
En nombre de la Federación de Valladolid, nuestro sentido pésame a sus allegados y a toda la familia taurina.
Descanse en paz «Antoñete», torero de Madrid, con un mechón blanco que también contribuyó a que a muchos nos gustaran los toros.
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