El rejoneador Diego Ventura en una tarde de toreo a caballo entregada, con madurez, asiento y belleza ha sido capaz de abrir la puerta grande de la cómoda plaza de toros de Arévalo al desorejar por partida doble a su lote, dos toros de Castilblanco, los mejores de los seis, lidiados por el centauro sevillano, teniendo como compañeros de terna a Andy Cartagena y al portugués Antonio D’almeida, en el último de los festejos taurinos organizados con motivo de las fiestas patronales en honor de San Vitorino, con tres cuartos del aforo de la plaza cubierto.
Y para no hacer esperar demasiado al lector, destacar la labor del toreo a caballo mostrado hoy en Arévalo por Diego Ventura. Un rejoneador en estos momentos pletórico de madurez que a los sones del pasodoble interpretado por la banda de música municipal encandiló a los tendidos, siempre muy predispuestos, entregados a su rejoneo y su labor. Diego Ventura entendió perfectamente a sus dos toros: A uno lo despachó con un rejón de castigo, en tanto al que hacía quinto de la corrida, le clavó dos por aquello de la fuerza y empuje del animal. Y acertó plenamente. Conocedor de la suerte, Diego supo en todo momento ponerse al lado del público, exhibiendo una madurez que le da el sitio que ahora mismo tiene entre los caballeros rejoneadores. Clavando bien zarpas y banderillas, a dos manos, tanto largas como cortas, dirigió a sus animales con la pasión que él mismo les tiene y la cuadra atesora. Caballos toreros que se hacen uno con quien definió un viejo rejoneador como el «Napoleón del toreo a caballo«. Citó, templó, quebró, mandó y clavó en lo alto al «americano» de Castilblanco con el que empezó su recital de poderío y culminó ante «caletero«, el quinto de la tarde que hizo bueno el dicho. Pese a pinchar el primer rejón de muerte, repitió la suerte con la propiedad con que los cánones señalan, metiendo el acero hasta las entrañas mismas de la res, la cual dobló espectacularmente tras tirarse pie a tierra para adornarse ante el ejemplar de Castilblanco.
La Presidencia más con la generosidad que la cicatería sacó el doble pañuelo para mostrar que debían cortarse las dos orejas antes que el tiro de mulillas llevara al desolladero el cuerpo del toro. Feliz y contento Diego Ventura dio una triunfal vuelta al ruedo contando con un subalterno que sopló de lo lindo de cuantas botas de vino le lanzaron los espectadores. Tanto que el bullicio alcanzó niveles excesivos de admiración, cuando por tercera vez empinó el codo el regordete y bebedor auxiliador, echando unos pasos deslavazados a propio intento jocoso, tras devolver el pellejo de la bota al tendido.
Abrió plaza Andy Cartagena y lo hizo por dos veces, a mi juicio. Una para empezar la corrida y otra tras el toro de la merienda que se produce en los tendidos con un parón de quince minutos entre el arrastre del tercero y la suelta del cuarto. Pero como dice el dicho: Donde fueres haz lo que vieres. Así hasta mi amigo Domingo Nieto que asesoraba al presidente de la corrida le dio al bocadillo de jamón y chorizo en la pausa costumbrista que tiene la gente de Arévalo cuando va a los toros. Pero a lo que vamos. Andy Cartagena rejoneó con soltura en el cuarto de la tarde pues el que abrió plaza fue un marmolillo, rajado, flojo y mansote, pitado en el arrastre, bastante le hizo con consentirle demasiado. Además pinchó en dos ocasiones antes de propinar el rejón de muerte, con lo que el personal silenció su labor. Pero donde Ándy perdió la salida por la puerta grande fue en el cuarto de la tarde. Muy bien con Uco y el Fandi y excepcional con Pericalvo, en movimientos toreros muy aplaudidos. Sin embargo, con el rejón de muerte estuvo fallón, como toda la tarde, recibiendo solo aplausos de reconocimiento y saludando desde el tercio.
Completó la corrida el caballero portugués Antonio D’Almeida quien vestido a la federica, lo intentó con su lote, haciéndolo casi todo él, ante la falta de raza de sus toros. El rejoneador luso empezó con cierto nerviosismo, pero se fue asentando a lo largo del desarrollo de la lidia. Muy laboriosos las banderillas a una mano, con rosas en todo lo alto y piruetas aplaudidas ante la cara del toro.
En resumen una corrida más de las denominadas del bello arte del rejoneo, donde lo mejorcito de la tarde lo puso el diestro sevillano de Puebla del Río, Diego Ventura, el buen hacer de Cartagena y las aseadas faenas de D’almeida ante los toros de la ganadería sevillana de Castilblanco sosos y poco entregados en la lidia a caballo. A la espera del aficionado la corrida anunciada por el empresario Martín Perrino para dentro de unos días en Íscar donde se las verán cara a cara los dos mejores centauros del momento Pablo Hermoso de Mendoza y Diego Ventura. Hoy en Arévalo, el de Sevilla, apoderado por la casa Matilla, dejó su tarjeta de visita.
Fotografías: José Fermín Rodríguez
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