Catorce veces crujieron ya las chavetas y cerrojos de la puerta grande de Madrid para dar salida a un caballero rejoneador pletórico, único y revolucionario como es Diego Ventura. Ayer la última y grandiosa tarde. Centauro en sazón de plena madurez, amoroso de su profesión y con una vida dedicada a endurecer la rabadilla a lomos de sus caballos a los que, me consta, monta todos los días al menos siete horas como poco. Ensaya, se prepara, doma, cuida, inventa, original en la concepción del toreo a caballo, hasta hacer un solo cuerpo con todos y cada uno de sus caballos. Luego rejones, farpas, rosas, cortas… entre variado repertorio de cabriolas, llegadas y cercanías escalofriantes, inverosímiles, movimientos acompasados, rítmicos y llenos de plasticidad han vuelto a reconciliar a muchas personas con esta modalidad taurina del bello arte del rejoneo.
No podía ser de otra forma. La empresa de Madrid programó un mano a mano de época sin duda alguna entre el mismo Ventura y el pacense Leonardo Hernández con toros de Carmen Lorenzo y El Capea en el mismo corazón de la feria de San Isidro. Y el resultado a la vista está para quienes gustan de esta modalidad torera que dicen es más fácil que la otra, la de a pie o lidia ordinaria. Para todo habrá opiniones, pero tengo que decir a fuer de sincero que me emocioné viendo la corrida de toros de rejones de ayer, con dos caballeros a lomos de sus cabalgaduras parando, templando, mandando, guiando, clavando, crujiendo los huesos de sus inseparables animales, haciéndolos elásticos como de goma y de ellos mismos en una integración corporal más de la metafísica que del natural movimiento del esqueleto.
Diego Ventura, ayer lo corroboró sin duda alguna, es un hombre caballo por la metamorfosis de su actuación, y sus animales se dejan guiar sabiendo que la mano templada, segura y profesionalmente más que preparada, los lleva a una conjunción única en el tiempo cuando un hombre y un caballo se integran para lograr el fin más deseado.
En todo caso, nadie sabe el tiempo, las horas, los desvelos, sinsabores, el esfuerzo, el trabajo, los sudores y contrariedades tenidas en el camino hasta llegar a esa plena conjunción entre ambas partes, inseparables, dóciles, amadas y entrenadas hasta el límite.
Sí. Ayer a mí me despertó la emoción presenciando una corrida del bello arte del rejoneo en la plaza de las Ventas de Madrid. Gracias, Diego.
Foto: D. Ventura/web
María dice
Pues es verdad tarde para no olvidar disfrutando del torero, y toros con dos grandes rejoneadores,