Desde hace bastantes años, quien fuera arenero en la plaza de las Ventas para estar más cerca de su objetivo artístico, el toro, durante más de cuarenta años, el patillas de boca de hacha como si de un bandolero bueno se tratara de cualquier serranía española, César Palacios Romera, dibuja en trazos finos y ágiles los mejores momentos de la lidia. Saca esos apuntes del natural a la Tauromaquia que se ejerce en las Ventas del Espíritu Santo de Madrid y en ocasiones nos deleita con sus mejores recopilaciones editándolas en un libro impagable, armonioso, bellamente ilustrado.
César Palacios no desdeña en sus trazos firmes, rasgos profundos para hilvanar el recuerdo de una verónica, de un natural o de un quite, perfilando con la punta de su lápiz el expresivo dibujo taurino en blanco y negro para gusto y contemplación de todos. Un hombre castizo, tradicional y sobre todo bueno, amable y educado con el que tuvimos la suerte de charlar en Valladolid y en Medina de Rioseco el año pasado, compartiendo mesa y exposición pública aunque luego no nos hayamos vuelto a ver, como en la soledad y muerte del torerillo entre los dos solo el silencio, el aire…, la luna…, nada… No obstante en mi recuerdo de hoy he querido brindar por el de este hombre que, a su modo y con su oficio, también forma parte de la esencia profunda de la tauromaquia, el pintor y dibujante César Palacios Romera.
Otro personaje, inabarcable pese a su menuda fisonomía, pero grande por su dedicación a la fotografía es Cano quien nació en 1912 como refleja la marca en su típica y característica gorrilla blanca por la que se pasea por todas las plazas de España más cerca que lejos ya del siglo. Sus cansados pero vivarachos ojos estuvieron en la tarde fatídica de Linares, donde Manolete dejó la vida y dos mariposas salpican, en el instante supremo de la estocada, la calle de la Amargura de sobresaltos morados, negros, en catafalco y oro.
Compartí jornada y feria este año de 2011 en Santander con Canito. Charlamos amigablemente. Me contó alguna historia y su refugio en Murcia, su tierra, mucho más agradable de temperatura y acogida que Valladolid por Septiembre, como él mismo me comentó, y su vida dedicada a retratar los momentos inolvidables, de triunfo, de éxito, de esplendor de los toreros y quienes los acompañan.
Francisco Cano, que Dios guarde, es el símbolo de todos cuantos con máquina en bandolera, recogen en los callejones de las plazas de toros, los mejores momentos cuando un toro bravo hace crujir la arena del tercio y bufa fiero y enfadado, mecido extrañamente por el capote de un diestro torero.
Hoy en día son muchos los que han seguido ese aspecto artístico perdurable de la recogida de una imagen fotográfica del torero y del toro. Como ejemplo uno de los silenciosos y callados hombres con los que me he tropezado por esas plazas, el abulense Luis Vega. Uno de los hombres que ha obtenido el premio nacional de fotografía taurina en Madrid fue quien me enseñó también instantáneas únicas del toreo en unas fotografías que recogen instantes del lance torero, el pase, la estocada o el momento mágico que queda grabado en la retina del autor y plasmado en papel fotográfico para eternizar ese instante de belleza y hondura de un hombre ante las astas de un toro. El trabajo de Luis Vega, como el del elenco amplio de fotógrafos taurinos son guardianes de la lindeza instantánea, raptan la hermosura y la hacen pública al resto de aficionados que son quienes apreciamos su atractivo, y el encanto de su esfuerzo impagable.
En fin, nos han traído las arenas amarillas y palcos de oro, quién viera a las mulillas llevarse el toro, y el relumbrar de faroles por mí encendidos y un estallido de olés en los tendidos. Gracias.
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