No pudo ser y además fue imposible que Rafael González, que recibió la alternativa como torero de manos de Juan Leal y de Joaquín Galdós como testigo, cediéndole el toro de Fuente Ymbro de nombre «pardillo», completara su reválida como matador de toros pues le resultó irrealizable al resultar herido en uno de los lances al burel. Precisamente cuando iba a estoquear al toro, sobreponiéndose a la herida por asta de toro y a la paliza recibida, se cayó delante del animal, sin que éste hiciera por él. Con buen criterio, el Director de Lidia, el francés Juan Leal estoqueó al toro mientras era llevado a la enfermería el toricantano.
El parte médico es elocuente: «Herida por asta de toro en cara anterior 1/3 proximal de muslo izquierdo, con una trayectoria ascendente de 20 cm., que rodea músculo sartorio, desgarra músculo recto anterior, y alcanza espina iliaca anterosuperior izquierda. Contusión de clavícula izda. pendiente de estudio radiológico. Es intervenido bajo anestesia general y trasladado al Hospital Fraternidad Muprespa – Habana. Pronóstico: Grave. Fdo. Dr. García Leirado».
Ese bautismo de sangre, precio pagado más bien por la arriesgada bisoñez del nuevo torero, al intentar completar con unas bernardinas el final de su valiente y entregada faena, azuzado y animado por las voces de su apoderado el salmantino Julián Guerra quien desde el callejón le mostraba sus orientaciones, como si fuera un entrenador de fútbol.
Julián Guerra sigue por sus fueros de vocear a los toreros diciéndoles lo que deben y no deben hacer durante la faena cuando todos ellos precisan silencio y tranquilidad a su alrededor, pues ya llevan ellos mismos el deseo de su vocación a la realidad de las intervenciones ante la cara del toro para que además de sobreponerse a los bufidos del toro, tenga que aguantar las indicaciones a voces, dadas desde el burladero del callejón de la plaza.
La fea y antiestética costumbre de Julián Guerra está, a nuestro juicio, fuera de lugar, pues el apoderado no es nunca un entrenador de un equipo de fútbol que queda desgañitado en la banda tras dar las consignas a sus jugadores al final del partido. Habría que recordarle al bueno de Julián Guerra que las grandes verdades también pueden decirse con un susurro.
El toledano Rafael González tiene maneras más que suficientes para llegar a ocupar un lugar privilegiado en el escalafón de matadores, pero la pausa comedida, la tranquilidad y no el desasosiego deberían ser virtudes más que aceptadas y asumidas por su personalidad. Todo llegará. Ahora, a recuperarse, torero.
Foto: Luis Sánchez Olmedo
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