La verdad es que acercarse a Madrid para presenciar la corrida de toros denominada goyesca el día de la comunidad, fiesta grande en la ciudad desde que el bando de los alcaldes de Móstoles conocido como de la Independencia se hiciera uña y carne con el madrileñismo y acogida de la que siempre hace gala la capital de España, es uno de los momentos luminosos, vistosos y llenos de majeza más importante que hemos visto allí. Coloridos, trajes, galas de época, calesas, vestidos imitadores de aquella época de la que Francisco de Goya y Lucientes dejó perenne huella para la posteridad, estuvieron a la orden del día desde una hora antes de empezar la corrida anunciada y en la que la banda de música de Madrid interpretó alegres pasodobles , mientras los espectadores disfrutaban de la bula de ese día para pisar el albero de la primera plaza del mundo.
Una abigarrada multitud llenó el ruedo y se hartó de mirar, contemplar y retratar algunos de los momentos más gustosos de la tarde y entre ellos, algunos amigos con los que nos encontramos: El Pintor César Palacios que nos saludó amablemente; los apoderados de Morenito de Aranda, José Ignacio Ramos y Mariano Jiménez; Juan Lamarca, el prestigioso presidente que fuera de la plaza; Gerardo Roa y Manolo Sánchez con quien tomamos un café; Pío García Escudero, compañero de tendido en la tarde de hoy o la amabilidad para con nosotros de José Ignacio de la Serna y Javier Bajo del departamento de comunicación de Taurodelta y Vicente Zabala de la Serna, el pregonero taurino de Valladolid.
Y si unos minutos antes habíamos contemplado el cabezón más que cabeza del toro «aviador» en el comedor de la cafetería César, al final de la calle de Alcalá, donde nos sirvieron unas alubias con bacalao de tente y no te menees, la tarde se antojaba alegre y de mejor ocasión. De manera que, ni corto ni perezoso y saliéndonos de madre elegimos un puro cubano para fumar en el tendido de la plaza más impresionante e importante del mundo taurino y ver la corrida goyesca en la que participaban Antonio Ferrera, Morenito de Aranda y Alberto Aguilar que a la postre los tres cortaron una oreja en el segundo, cuarto y sexto respectivamente de los lidiados hoy.
Brevemente, y para entendernos. Antonio Ferrera estuvo en maestro, dignísimo, luchador, increíblemente valiente toreando a un mansurrón de los Hermanos Lozano, haciéndole la faena en los terrenos que pedía el toro, los de toriles donde la querencia era más arraigada y peligrosa para el diestro. No se amilanó Ferrera y por ambas manos le enjaretó al de los Lozano una faena que empezó por bajo y acabó con un natural de antología, despacioso, lento, eterno, grandioso. El toro que había manseado en los primeros tercios rompió en la muleta de Ferrera que no dudó en tirar la ayuda al suelo y presentar sólo la franela agarrada por el estaquillador, demostrando la verdad y el sentimiento tan torero que atesora este hombre. A mi juicio la faena fue merecedora de las dos orejas del animal, pero Trinidad López, el presidente, entendió que sólo se hacía acreedor de una.
Morenito de Aranda con un colorado de nombre «gaitero» de El Cortijillo, con presencia y cuerna más cerrada y agradable, estuvo muy bien, dominando la embestida que iba con largura y derechura, noble, hocicando tras la muleta del diestro burgalés que le templó perfectamente. Luego la estocada, tirándose arriba, haciendo la suerte de verdad y logrando la emoción trasladada al tendido que palpó casi, casi un serio percance del diestro de Aranda en el momento del encuentro. El espadazo tiró patas arriba al toro y los pañuelos poblaron los tendidos que, por cierto se habían llenado de público en algo menos de la mitad de la plaza.
Y Alberto Aguilar, un torero que demostró estar preparado para mejores causas. Puso en el sexto, el más bravo del encierro, todo su saber y poderío para dominar a este «pianista» que cerraba plaza. Sometió la encastada embestida del animal con pases, sobre todo con la mano derecha, llenos de verdad y torería, cruzándose al pitón contrario y mostrando a los espectadores la auténtica verdad de esta difícil profesión. Una oreja merecida cayó en el esportón del madrileño cuando dobló el de los hermanos Lozano.
Una corrida esta del dos de mayo donde todos los intervinientes se presentaron con trajes goyescos, enjaezados los tiros de mulillas a la vieja usanza y dando un espectáculo de verdad en el que tres estupendos toreros nos hicieron pasar una tarde de toros con emoción, valor y saber hacer. Gracia y belleza para honra más digna de la increíble Tauromaquia que se da en Madrid, pese a las voces, vinieran o no a cuento, más bien destempladas de un chusco del tendido 7.
Fotos: Juan Pelegrín/ Las Ventas
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