Otra puerta grande más y tocamos a una por jornada. Esta vez fue para el diestro albaceteño Rubén Pinar que repetía comparecencia ante el docto senado que llenó hasta la bandera el coso de Cuatro caminos en la tradicional corrida de beneficencia el triunfador de la tarde, tras dos faenas a dos ejemplares de Torrestrella llamados “bonito” y “nochebuena”por las que fue premiado con un apéndice de cada uno, pese a dar dos estocadas desprendidas de pronto efecto y caladero en el sentimiento del público.
Y lo primero que es preciso destacar aquí es que el público de Santander va a los toros a divertirse. Es el único sitio de los que hemos visto que, cuando termina la corrida, mucha gente sale cantando del recinto, bien sea por la influencia de las peñas, ya por la alegría de corazones o porque les apetece hacerlo a quienes están en su semana grande de ferias y fiestas. Aplaude a rabiar a los diestros, a veces hasta por las intenciones. Exhibe pañuelos pidiendo con exigencia el trofeo para los toreros y pita a los picadores casi antes que éstos realicen la suerte de varas. Una suerte que al paso que va la burra va a convertirse en desusada en esto de la tauromaquia, como esas suertes desaparecidas de la faz del código taurino de todos los tiempos. Regusto por lo propio y buena educación, pidiendo por favor el paso, ayudando a quien no lo conoce y recibiendo con los brazos abiertos a quien a ellos acude. Y todas esas cosas hacen distintos los toros de Santander, la feria del Norte.
Pero vamos al grano que se nos va la especie en aditivos y razones elucubradoras.
Decía que la Corrida de beneficencia trajo al coso de cuatro caminos seis ejemplares, que a la postre fueron siete, de Álvaro Domecq, compartiendo sitio en el callejón con el ganadero Juan María Pérez-Tabernero Montalvo, para ser lidiados por el Cid, El Fandi y Rubén Pinar. Bien presentados los de Torrestrella, encastados, pero con poco fuelle en la lidia, dando cabezazos y tornillazos y embistiendo de mala gana como quien dice, clase lo llaman, excepto los dos que tocaron a Pinar por aquello de las ganas, el deseo y ansias de triunfo y de ser el benjamín de la terna para poner un poco más la carne en el asador.
El lote del Cid, más difícil y complicado, menos malo el que abrió plaza con el nombre de “riogrande” y bronco y descastado el “buenasiesta” corrido como sobrero del inválido “cumplidor”, devuelto por cojera ostensible, no dejaron en ningún momento lucirse al torero de Salteras, a excepción de una serie al comienzo de su primera faena. Poco a poco la cosa se vino abajo, el fuelle dejó de insuflar aire y las brasas de la fragua se apagaron ostensiblemente. Además estuvo mal con la espada, con lo que todo se le puso en contra al buen torero sevillano.
El atlético Fandi, bullidor en banderillas, recibió un tarantantán en el pecho al intentar clavar el primer par al castaño que le tocó en suerte y que recibió con una larga de rodillas y luego en casi todos los momentos de la lidia estuvo desconfiado, en prevengan, tirando líneas, sin entrar en faena, por lo que se silenció su labor. Algo parecido en el quinto de la tarde un toro llamado “malasuerte” no se la trajo esta vez al Fandi, pese a ser aplaudido por la plaza en algunos momentos de su trasteo, al igual que con una ovación cariñosa cuando abandonaba la plaza al final del espectáculo.
Y Rubén Pinar, el joven torero fue capaz de enjaretar el pase en redondo más largo visto hasta la fecha. Hasta cuatro vueltas dio el toro girando alrededor del diestro, entre la aclamación del público.
Se tiró a matar arriba y, pese a lograr la estocada algo desprendida, el público pidió con fuerza la oreja que le fue concedida. En su segundo que cerraba la corrida, echó la pata alante para lograr el premio que le permitiera descorrer los cerrojos de la puerta grande, como así sucedió. Esta vez el Presidente Manuel González García, demasiado generoso,- mejor eso y menos injusto que cicatero- no dudó en mostrar el pañuelo, señal inequívoca para que el alguacilillo cortara la oreja y se la entregara al diestro quien al final salió a hombros por la puerta grande.
En resumen, tarde espléndida de sol. Lleno en los tendidos, animación singular y un chaval llamado Rubén Pinar que mojó la oreja a dos diestros consagrados de la torería en la corrida de beneficiencia de Santander, ante unos toros de Torrestrella que tuvieron fachada, genio y poco más.
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