Las interjecciones utilizadas en la lengua siempre han servido para manifestar un estado de ánimo, una apreciación sentimental o una explosión hecha razón de lo que es irracional y yace en el fondo del ser humano por el hecho de serlo. Expresar un sentimiento profundo con el habla es difícil y complicado. Por eso el lenguaje, tan rico y lleno de emociones, recurre a una palabra que se coloca entre los signos de admiración y sirve de engarce y unión entre el asombro, el dolor, la sorpresa, la exclamación… En una palabra, acercar en lo posible el mundo espiritual al material.
Los toros, centro emocional de primer orden, gusto expresivo singular, único e irrepetible, tienen en sí mismos un lenguaje que los acompaña indefectiblemente, pero que, como todo en la vida, es susceptible de cambios, modificaciones y manías como podemos apreciar ya en tantos y tantos recintos taurinos en los que se desenvuelve el festejo de una corrida de toros.
Hasta hace no tanto, Madrid, Sevilla, las plazas significativas genuinas y únicas del circuito taurino en la idea, el trasfondo, la realidad y proyección de cualquier torero tenían el desgarrado, animoso y admirativo ¡Olé! que sale del alma de los espectadores cuando acompañaban al unísono, concentrados y sin distracción alguna la faena excelsa, emblemática del torero frente al toro bravo. Hoy la sustitución por el ¡Bieennn!, más propio de tapias y tentaderos dedicados al animoso muchacho que quiere ser torero y desgarra su vida entre placitas de tientas, ha entrado con mucha más fuerza de lo creíble en el circuito expresivo de los aficionados. Y sobre todo de cuantos acompañan como apoderados, amigos, ayudas y mozos de espadas al diestro.
Que los toros han evolucionado eso no cabe ya ninguna duda. De las corridas vistas en la mocedad y juventud a estas otras apreciadas entre la modernidad de medios, móviles, videos y máquinas de captación de todas y cada una de las imágenes con que la liturgia del toreo se viste ahora mismo, media si no un abismo, al menos sí un cambio radical. Tal vez por eso la herramienta humana del lenguaje que nos sirve para expresar un sentimiento, una idea, una realidad subjetiva, una apreciación, ha cambiado de medio o, como dicen los cursis ahora, de método vehicular. Este grito exclamativo expresa, conoce y representa a todo un tratado gramatical en una condensación única, propia del idioma y de las personas.
A mí, personalmente, me sigue gustando el ¡olé! explosivo, natural, gemido de raza y sentido, unidad íntima entre lo hecho y lo apreciado por el torero y el espectador respectivamente, atento y sin distracción alguna, concentrado de veras en la ceremonia de arte y valor que lleva a cabo un hombre revestido de luces y señalado, dirigido a un semejante anónimo, aficionado, esperanzado con una fiesta a la que aman con auténtica pasión.
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