Me acuerdo de pequeño cuando veía en el cine de mi pueblo aquella película titulada «El Niño de las monjas», de Ignacio Iquino filmada en 1958- ya ha llovido- y oía la canción característica con la emocionante y sentida letra de José Soriano y música de Ángel Ortiz.
Fueron las madres las monjas/ del niño aquel que sin padres se crió/ con ellas en el convento/ su infancia feliz pasó.
Era un hermoso chiquillo
que de valor daba pruebas sin par
por eso constantemente
al chiquitin se oye cantar:
«yo quiero ser torero, torero quiero ser
torero como Granero y Valerito dicen que fue
quiero traer dinero para traer aqui
un manto para esta virgen
que tanto vela por mi».
Se hizo mayor el chiquillo
y del convento por fin se cansó.
Llorando dejó a las monjas
el día que se marchó…
Y en aquel recuerdo la imagen solía componer las manos de las monjas cuando bordaban el terno del niño, Enrique Vera, con el que tendría que salir a torear. Manos dulces, sencillas y primorosas enhebraban la aguja con el hilo de oro dando las puntadas necesarias en la tela hasta formar el colorido de un traje de luces, conteniendo la emoción de aquel niño que ellas criaron desde chiquitín.
Ya me fastidiaba el remoquete que colocaron en la hojita volandera anunciadora de la cinta. Algo así como » la ternura y la sencillez de una historia, sobre el fondo violento de la fiesta de toros«, aunque luego en la propaganda mejicana cambiaron el dibujo del reclamo y retiraron con muy buen criterio aquella pulla explicativa de nada.
Hoy los bordados de chaquetillas, las lentejuelas junto con los alamares o botones de adornos además de los machos que se introducen para apretar y asegurar la posición de la taleguilla y el pantalón de toreros reúnen aderezos diversos, adornos, filigranas y otras muestras artísticas de las bordadoras que confeccionan los trajes de torear con singular maestría y dedicación. En ocasiones, como se puede ver en las corridas de toros, algunas de estas prendas dan un colorido singular al conjunto de diestros y al grupo que participa, sobre todo cuando arranca el señero y emotivo paseíllo que inicia el festejo a los sones de un pasodoble. La chaquetilla, rígida y con hombreras, con las sisas abiertas para permitir el movimiento de los brazos, da un empaque visual bello y singular a los toreros.
Y, lo que es más importante, ante la trascendencia del hecho que significa enfrentarse a un toro poniendo su vida en juego, la mayoría de los diestros oran, rezan, se colocan confiadamente en las manos de Dios y de la Virgen, pidiendo fervorosamente la protección que impetran siempre antes de empezar su trabajo y su arte ante los públicos de las plazas. De ahí que en capotes de paseo, aparezcan bordadas efigies santas que dan sentido a la religiosidad de estos hombres que conocen, por burlarla cada tarde, la guadaña de la muerte que siempre trae entre sus astas el toro bravo.
Foto: José Fermín Rodríguez
Nota al margen para curiosos: Me dice mi buen amigo el fotógrafo José Fermín Rodríguez que el bordado de la foto corresponde al capote de paseo que lució Canales Rivera en Benavente en la corrida celebrada el día 12 de Octubre. Pues para que también conste, ahí queda el dato.
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