El banderillero Pepín Monje, que actuaba a las órdenes de Morante de la Puebla en Valladolid, ha resultado herido de gravedad por el primero de la tarde, un toro de Domingo Hernández llamado «flor» de 522 kilos que cambió de trayectoria cuando intentaba fijarlo para acercarlo al caballo. Como consecuencia, Pepín resultó arrollado y corneado en el muslo derecho. El subalterno sufre una cornada extensa que atraviesa la pierna con orificio de entrada y salida. El pronóstico dado por el parte quirúrgico de la Plaza es de grave.
El mano a mano entre Morante que reaparecía tras su cornada y Castella fue con desahogo para el francés que, además firmó lo mejor de la tarde donde casi se llenó el coso del Paseo de Zorrilla para presenciarlo.
Buen encierro trajo a Valladolid el ganadero Domingo Hernández, pues salvo el tercero que fue pitado en el arrastre y que se llamaba «pedrusco», con cinco hierbas paciendo, los demás fueron aplaudidos con mayor o menor intensidad por el público vallisoletano.
Morante de la Puebla, de marrón y oro como su vestido, despachó los tres ejemplares que le tocaron en suerte «flor», «pedrusco» y «capuchino» entre un sainete de indecisiones, fallos con los aceros, falta de interés por la lidia, apatía en ciertos momentos, desengaños amorosos con el público que no se lo creía: Un ídolo querido y apreciado en Valladolid por su temple, colocación y estilo torero no deshizo, como vulgarmente se dice, ni el esportón ni la maleta de ahora. Toda la tarde estuvo desganado e incluso un propio desde el tendido le voceó, tras pasaportar al quinto y cuando su compañero se enfrentaba al que cerraba corrida, con un «¡¡Morante te queremos!! que levantó cierta hilaridad y rún rún en la plaza.
A su primero lo despachó tras una faena de aliño en la que ni se despeinó. Además falló a espadas con lo que la pita aunque no llegó a la extraordinaria del quinto, ya fue marcando las distancias con el torero sevillano. Y si casi afeita en seco a uno en el callejón con el verduguillo que salió despedido de su mano tras el cabezazo del toro, pese a ser una circunstancia más, no es de extrañar que el personal le dedicara música de viento para agrandar su pena, penita pena.
Eso sí Morante cuando estira el cuerpo y gira con la cadera es una auténtica delicia visual, pero como luego no enhebró cuatro pases seguidos a ninguno de los tres de su mano a mano, nos dejó a buenas noches a todos, ayunos de belleza y singularidad. Pensaría que como aquí en Castilla somos parcos en palabras, pues con un par de viajes aplaudidos hasta por las intenciones, así quedábamos servidos. En fin, pitos aflautados, pitos más graves y bronca señorial fue la cosecha de Morante en Valladolid. ¡Que Dios le perdone!
Y enfrente el francés Sebastián Castella, de rosa pálido y oro, fue quien se llevó el gato al agua. Y la verdad es que de haber estado mejor con los aceros, el triunfo sería de excepción. Los estatuarios de Castella al segundo de su lote, un castaño de nombre «intruso» y el remate, acortando la muleta que se comía el animal, bravo y encastado, magníficos. Tras media estocada y descabello, el reglamentario aviso mandado por el presidente Félix Feliz, fue premiado con la oreja del toro que paseó pausado y triunfal por el estupendo y cuidado albero vallisoletano.
Otra oreja recibiría en el que cerró plaza, un cinqueño llamado «piadoso» de 581 kilos, el más hecho de la corrida que se fue como un obús contra el caballo del picador Gabin Rehabi quien, echando la vara al morrillo, pudo someter la acometividad del animal, siendo por ello aplaudido por el público cuando se retiraba al patio de caballos.
En el primero de su lote Castella recibió la ovación del público y el aviso por alargar en exceso la faena. La estocada tras pinchazo sin soltar, le sirvió tan solo para recoger la ovación cariñosa desde el tercio, pero sin embargo, ahí fue donde marcó cómo iba a desarrollar su tarde posteriormente. Comenzó con unos estatuarios, sacando el toro hacia fuera y aguantando y tragando los parones del animal. Me gustó sobremanera ese trincherazo final que marca la personalidad de un torero como Castella.
Por otra parte, Castella hace girar al toro alrededor de él con el simple toque de muñeca, impávido, hiératico como una estatua de mármol, sin mover ni un músculo de sus piernas, quieto, parado, mandón, llevando y trayendo la res. Tras la faena, bellísima y valiente, el sello del beso final en la testuz del toro lo dice todo de este buen torero que salió a hombros al final del festejo por la puerta grande.
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