Seis ejemplares de la Guadamilla de la abulense finca «Montenuevo» de Arenas de San Pedro, han protagonizado hoy en la plaza de toros de Ávila una extraordinaria tarde de toros, merced a su bravura, cuajo y nobleza exhibida en todos los momentos de la lidia, sirviendo además para que la terna participante saliera a hombros por la puerta grande de los Caballeros. Los tres chavales aspirantes a torero, el colombiano Juan de Castilla, oreja y oreja; Álvaro García, oreja y oreja y Pablo Mora, oreja y dos orejas salieron a hombros de la plaza. La totalidad del encierro fue aplaudida en el arrastre por el público que ocupó un cuarto de plaza en esta primera novillada de promoción que pone en marcha la empresa «Por naturales«, dirigida por el torero César Jiménez.
Al final del festejo el alcalde de Ávila, Miguel Ángel García Nieto, acompañado por el concejal de festejos entregó el premio de una muleta al novillero Álvaro García, un capote a su compañero Juan de Castilla y un capote y muleta a Pablo Mora, triunfador en número de trofeos en esta tarde.
Solo faltó que el Presidente, con buen criterio, hubiera premiado con el pañuelo azul al cuarto toro de la tarde, de nombre «cocinero«, dechado de bravura y nobleza, con muerte de toro bravo. El único pero lo tuvo su hermano «nublado», un novillo cuajado, lidiado en quinto lugar, que hizo ademán de rajarse en algún momento de su lidia y el que abrió plaza, de nombre «malhechor», el más flojo de los hermanos pero con un pitón izquierdo de antología. En cualquier caso, los seis novillos fueron aplaudidos en el arrastre y en el cierre de la corrida, el mayoral de la ganadería acompañó a Pablo Mora en su vuelta triunfal alrededor del anillo.
Y vamos con el relato de lo que dio de sí el festejo, una novillada sin picadores de las que merece la pena haber acudido a contemplar en la siempre afable Ávila de los Caballeros, que por cierto nos recibió una hora antes de la corrida con una chaparrada de padre y muy señor mío y de tormenta que puso en un brete la celebración del espectáculo. No obstante, el estupendo drenaje del recinto taurino y la aparición del sol al comenzar el paseíllo, sin pizca de viento, hizo que la novillada transcurriera en paz, en singularidad y en belleza por la gracia de tres muchachos que obtuvieron su premio y su triunfo merecidamente.
Empezó Juan de Castilla, el torero colombiano, lleno de pinturería y valor, además de sólido y asentado con el concepto de torero perfectamente asumido. Su quite, zalamero y vistoso, respondiendo al de su compañero Álvaro García, mostró un pique singular y necesario entre los toreros, y fue muy aplaudido por el público.
El animal que le tocó en suerte, bravo y el más flojo del encierro, adoleció de fuerza, pero su nobleza y el extraordinario pitón izquierdo hizo que el público le correspondiera con una fuerte ovación y, pese a la estocada algo caída, de efecto fulminante, con derrame, sería premiado con una oreja del burel.
Idéntico premio obtenido en el segundo de su lote al que banderilleó con soltura el mismo matador. Una faena templada, con quietud y el desplante de rodillas final y las manoletinas de regalo, tras los últimos adornos, fueron el preámbulo antes de tirarse a matar al ejemplar de la Guadamilla, Estocada tras pinchazo haciendo bien la suerte echaron por tierra al animal, al que el puntillero no acabó de rematar con la prontitud que exigía el guión. Una oreja merecida por su faena cayó en el esportón del colombiano.
A continuación actuó Álvaro García quien acudió con un terno recién estrenado a Ávila de color verde esperanza. Dio cuenta de «vigilante» con una faena maciza brindada al público. Metiendo al animal en la muleta con gracia, temple y soltura cambió de mano, agarrando el estaquillador por el centro y ejecutando los mejores naturales vistos esta tarde en Ávila. Templados, con la distancia justa, llevando embebido en las telas al burel, con sentido de la distancia. Una estocada entera algo tendida y dos golpes de descabello finiquitaron al novillo. El público pidió con fuerza la oreja que le fue concedida. En su segundo, brindado al matador César Jiménez, pese al molesto cabeceo y la dificultad del novillo, Álvaro acabó sometiéndole y cerrándole el paso para evitar se rajara, pues el novillo cantó la gallina en los primeros compases de la faena. Una faena larga, compuesta, poderosa, plena de interés que cerró con una estocada arriba, en lo alto, tirándose en un volapié canónico merecedor ya de por sí del premio. Otra oreja otorgada por el Presidente garantizaba ya la salida por la puerta grande, una más de las treinta y una que lleva el novillero de San Sebastián de los Reyes.
Y cerró cartel Pablo Mora, el novillero de Moralzarzal, que toreó con desparpajo y torería a sus dos enemigos «apuntador» y «liante». Su toreo es valiente, incansable, lleno de fe y buen gusto. Desde los lances de recibo hasta los quites pintureros, Pablo Mora fue el vencedor moral de la tarde por número de trofeos y por toreo de colocación y sentido estético. Supo dar la distancia que los novillos requerían, logrando además sendas estocadas efectivas que tiraron sin puntilla a sus enemigos.
Pablo Mora ganó en Ávila merecidamente el premio que le entregó el alcalde al final del festejo.
Luego, por la noche, la empresa abrió la plaza para que el acceso fuera libre al público que presenció a los jóvenes cortando las vaquillas y haciendo sus pinitos toreros en un entretenimiento jocoso y jovial, pese a la inclemencia del tiempo que desató lluvia en varios momentos de la velada.
Y en el recuerdo, ya de noche cerrada, cuando salíamos de la patria chica de Santa Teresa, la alegría y solvencia de tres muchachos que quieren ser toreros y cuya sonrisa era más importante que el titilar de las lentejuelas de sus trajes de luces, izados a hombros en triunfo y satisfechos por la puerta grande de la plaza.
Fotos: José Fermín Rodríguez
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