Todos los ingredientes se dieron cita en Ledesma, la bella localidad salmantina que programó un festejo de toros en la modalidad de corrida mixta y en la que absolutamente todo salió perfecto: El público casi llenando los tendidos; los toreros y el rejoneador a hombros junto al ganadero Victorino Martín; las cuadrillas lidiando entre la ovación; los toros bravos, bien presentados y encastados protagonizando un espectáculo de primer orden; la reina de las fiestas y sus damas de honor acompañadas desde la calesa al balconcillo; el empresario contento y el viento calmado hasta cierto punto. El único pero por poner alguno fue la insuficiencia de riego de un albero polvoriento que hizo masticar la polvareda en las barreras de sombra. Pero todo se da por bien empleado gracias al resultado final obtenido con la salida a hombros de los diestros toreros salmantinos al final del festejo, López Chaves y Javier Castaño así como de Pablo Hermoso, el rejoneador navarro que abrió plaza en esta ocasión.


El resumen en la ficha de la corrida: Plaza de Ledesma. Casi lleno. Dos toros para rejones de Ángel Sánchez y Sánchez, bravos, extraordinarios para la lidia a caballo, repetidores y con galope alegre, fueron rejoneados por Pablo Hermoso de Mendoza, dos orejas y ovación. Y cuatro en lidia ordinaria de Victorino Martín, tres de ellos bravos y encastados y uno desclasado y con peligro, pitado en el arrastre. Premiado el cuarto con el pañuelo azul de la vuelta al ruedo, para Domingo López Chaves, oreja y oreja; y Javier Castaño, aplausos y dos orejas. Al finalizar el festejo todos salieron a hombros de la Plaza, incluso el ganadero Victorino Martín.
Cuando hay toros en una plaza y la emoción corre por el albero merced a las embestidas de las reses, con peligro si no se dominaban, se templaban y se mandaban, el público recuerda al salir de la plaza haber asistido a un espectáculo único, de primer orden, de emoción, de gracia y de valor.
Porque no se deslíe ni destiña el comentario de la crónica, bueno es empezar con lo hecho por el caballero rejoneador, el estellés Pablo Hermoso, a quien no le salieron las cosas tal y como él seguramente hubiera querido. Su rejoneo en esta ocasión no fue redondo ni completo, con fallos de principiante y con alcances a sus cabalgaduras por arrimos explícitos y necesarios, toda vez que su rejoneo no estaba siendo demasiado grandioso como el que tiene acostumbrado a su público.
Ataviado con sombrero calañés y la casaca de color carmesí con bordados en plata, Hermoso lidió a «gavioto» y a «sereno«, los dos de Ángel Sánchez que acometieron con rapidez, especialmente el «sereno», bravo y encastado, de estupenda condición para la lidia a caballo. Con el que abrió plaza, pese a un fallo inicial al querer clavar el rejón de castigo, y hacerlo en el suelo, Hermoso estuvo después aseado con los castigos y extraordinariamente bien con las banderillas al quiebro. Luego tras el rejón de muerte, efectivo, pero atravesado, y el mordisco de su caballo al toro en los estertores del derrumbe, hizo que el público aplaudiera y pidiera la oreja para el estellés que le fue concedida por partida doble. Demasiado premio para tan poca faena, lo que hizo gritar a un chusco del tendido: «Hermoso, tira una oreja que dos son mucho regalo«. En su segundo, Hermoso no estuvo fino con las banderillas a una mano, clavando trasero, aunque mejoró a dos manos con garapuyos más cortos. Falló con el rejón de muerte, al pinchar en dos ocasiones y conseguir abatir al toro a la tercera que fue la vencida, tras sacar él mismo del lomo del toro el rejón anterior.
El público aplaudió en el arrastre al ejemplar, ovación que se reprodujo cuando el estellés saludó desde los medios, correspondiendo a la aclamación de los espectadores.












Y vamos con la lidia ordinaria.
El primero en abrir plaza a pie fue Domingo López Chaves, un torero que demostró estar preparado para mejores y más grandes empresas. Le echaron un «milagrero» de 510 kilos, largo, bajito, bien presentado, en el tipo de Victorino con hocico de rata que, dio señal de vencerse por el pitón derecho y que la faena debía ejercerse sobre el izquierdo, el pitón del toro. Tras recetarle dos varas en el caballo, Minguín brindó la muerte a su antiguo subalterno y amigo Pepe Aguilar y enseguida, armando la muleta, mostró a todos una cadencia, un oficio, una regularidad, una actitud, como si esta fuera la veintena de corridas que llevara a las espaldas el buen torero de Salamanca. Gratísima la impresión del diestro, tranquilo, mostrando una forma en el cite espacioso, aparentemente sin exageraciones, con toques suaves y precisos, pudiendo al toro que hizo amago de rajarse en algunas fases de la lidia. El toro, bravo y podido en todos los sentidos por el torero, no le quedó otra que acudir a los cites. Hecha la faena, Minguín le cuadró para recetarle una estocada algo delanterita pero de efecto espectacular, tras un pinchazo arriba. Los tendidos se volvieron locos pidiendo la oreja que le fue concedida. Y eso que hasta entonces se había hecho un silencio, que podía cortarse en la tarde, al ver el trapío, las defensas del animal y la fortaleza que desarrollaba en sus embestidas.
Otra oreja cortaría a «bordón«, que chocó violentamente de salida contra el burladero de la segunda suerte, sonando a cuerno partido, y quedándose el animal como conmocionado. Luego, a medida que iba transcurriendo la lidia, que empezó Chaves con un trasteo por bajo muy emocionante, el toro embistió las telas de su lidiador. Se palpaba una emoción singular en aquellos momentos en que López Chaves embarcaba al burel de Victorino y este seguía el engaño, dándose la vuelta con rapidez y exigiendo a su lidiador destreza, seguridad y oficio como no puede ser de otra manera en esto de los toros. Pinchó arriba, escuchó un aviso, y logró una estocada que mandó al desolladero al ejemplar, recibiendo otra oreja y besando con fruición el albero una vez acabada la vuelta alrededor del platillo.
Me pareció como si López Chaves estuviera toreando todos los días, un torero con experiencia, valor, cruzándose al pitón contrario y mostrando un alarde de sabiduría torera, merecedor de algún contrato más en esas plazas de Dios.
Completaba Javier Castaño quien recibió una tarascada de «cuco» que le produjo luxación de rodilla y golpes, gracias a Dios sin cornada, al resultar cogido en la faena de muleta, tras serle «anunciado» el percance al volverse el toro de forma taimada y rápida queriendo hacer presa en su lidiador. En cuanto le vio en el suelo y antes que llegaran los de la cuadrilla a hacerle el quite, el toro fue a por Castaño que estaba en el suelo y allí lo volteó.

Casi sin mirarse, y antes de pasar por la enfermería, Castaño mostró su raza especial de torero grande, valiente y esforzado, supliendo con estas virtudes la no tanto excesiva de vena artística. Este toro fue pitado por el público quizás por la maldad de alimaña que mostró en el ruedo. Pero donde Javier se sacó la espina fue en el que cerraba corrida. Un «escriño» de 503 kilos de peso al que le recetaron tres varas duras, profundas y fuertes a cargo de Tito Sandoval. El toro en la muleta fue noble y bravo, acudiendo a los cites de Castaño. Javier estuvo, sobreponiéndose al dolor de la rodilla en el golpe anterior, en torero, firme, templado, aguerrido, enjaretando las series muy bien, con gracia y levantando la admiración del público. Una estocada entera de efecto fulminante, bien es verdad que un pelín tendida, hizo que los pañuelos pidieran el premio para el salmantino que le fue concedido por partida doble.
De esta manera, la puerta grande de Ledesma se abrió de par para sus protagonistas, ganadero y toreros, que abandonaron a hombros el recinto entre las aclamaciones.
En resumen, una corrida de toros esta de Ledesma llena de sentido práctico, oferta mercantil muy interesante, esfuerzo de programación y cartelería digna de mejor causa, donde un empresario ledesmino, José Ignacio Cascón, que por cierto pasará por la vicaria el próximo día 5 de julio, ha puesto en escena una feria en la que el público se divierte, los espectadores acuden y el balance artístico es más que positivo. ¡Enhorabuena y muchas felicidades, José Ignacio!.
Reportaje gráfico: José Fermín Rodríguez
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