Una perspectiva singular para el día 7 de mayo ha producido tal revuelo y solicitud que todas las entradas, absolutamente todas a excepción del porcentaje que debe ofrecerse al público en el día del festejo, están ya agotadas en Jerez. Todo demuestra palmariamente el deseo insaciable, descomunal y exagerado por ver al mito torero más emblemático de estos tiempos: José Tomás.
Por otro lado, la Feria de San Isidro en Madrid, tras la de Fallas y Sevilla cuando ya han florecido los almendros y los naranjos embriagan con su azahar en el revivir anual de la naturaleza, hace de verdad que este año su mes de mayo entre florido y hermoso como nunca y la fiesta de toros alcance una representación singular, única, olor de siglos, magnífica, demandada, seguida y perseguida.
Pero las cuadrillas, los personajes, quienes están día a día en ese mundo de actividad taurina, tienen que calarse bien la montera. Apretar los dientes y tirar adelante con un fiesta taurina asediada, maltratada, atacada sistemáticamente y odiada como nunca hasta la fecha antes lo había sido. Y con ese símbolo de calar la montera, haciéndola entrar en la cabeza para que ningún viento ni movimiento la tire y haga volar como vuelan los papeluchos por las calles en día de aires o las morceñas, cenizas o pavesas de una lumbre del ayer.
Calarse la montera ideal por un taurino es meditar, pensar y ejercer la labor con toda la integridad, profesionalidad y exigencia en cualquiera de los festejos que se convoquen, programen o celebren. Bien es cierto que las dificultades son cada vez más grandes, sobre todo por la intransigencia que pervive en muchas personas y que no ven más allá del resultado inmediato en lugar de exponer, invertir y hacer un poco mejor este mundo torero y taurino en el que casi nadie se baja del carro en el que va subido. Es más, en tantas y tantas ocasiones, es el alguacil alguacilado quien con su vara de mando y chuzo violento desaloja de calles y plazas la fiesta del pueblo con la fusta violenta de la prohibición.
Atravesamos malos tiempos en la Tauromaquia, ese valor inmutable, único, original, adherido a la vida de muchas personas, pero profundamente odiado como si fuera una costra de suciedad que impide que se rijan los pueblos en esa utopía de solidaridad, amor y paz sin saber muy bien por qué sí y por qué no que oscurece las relaciones entre ellas.
Apretar la montera, mirar al frente con esperanza y seguir en la brecha es la mejor manera de servir a una causa, activa, llena de luz, color, sentimiento, tradición, verdad y grandeza para que siga entre nosotros el juego eterno del hombre con el toro. Tal como la calle de Valencia el día 13 lo demandará.
Foto: José FERMÍN Rodríguez
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