Sin ninguna duda que hay hombres ungidos por el crisma sacerdotal que son auténticos seguidores de la Fiesta de toros, conocedores de las suertes y estupendos aficionados, ponderados y exquisitos, que saben qué sucede cada tarde de corrida en una plaza de toros.
Quiero en esta ocasión destacar la labor de dos capellanes por ser los más cercanos y con los que he convivido alguna de las tardes de toros en esta temporada que ya se nos va, para acercar también su labor evangelizadora, que no es paja, a cuantos estamos metidos de hoz y coz en esto de la tauromaquia. Ellos son dos auténticos toreros de la palabra, de la amistad y de la transmisión religiosa de un valor inmutable y de evangelización también entre las tablas y las maderas de un burladero del callejón de la plaza de toros. Sus nombres Sixto y Raúl. Uno viejo, otro joven, pero ambos vinculados por el sacramento del Orden, hermanos en el Señor para siempre, y unidos por una afición a los toros única e irrepetible en sus propias vidas.
Bien es verdad que los tiempos, casi apócrifos en materia religiosa que nos circundan, no tienen el tirón y la fuerza de ayer, pero la misión eterna también está en una plaza de toros, donde el juego entre la vida y la muerte pasa en un soplo, en un instante. Y eso lo tienen bien claro las dos personas que he conocido y que realizan también su misión evangélica en las plazas de Valladolid y de Palencia o de Palencia y de Valladolid por llevar el orden de «lidia» en cuanto a festejos taurinos se refiere: Por un lado San Antolín, el patrono de la ciudad que está recogido en la Bella desconocida y cuya fiesta reparte pan y queso a todos, amistad y valores, sentido profundo de la alegría y cariño al forastero. Y por otro, Nuestra Señora de San Lorenzo y San Pedro Regalado que dan a Valladolid empaque y solemnidad, seriedad y profundidad, buen hacer y servicio, torería y belleza.
Y en medio ellos, Sixto y Raúl, dos capellanes de plazas, a quienes gusta los toros, recogen su reto, mantienen en perfecto recogimiento y revista las capillas en donde oran los toreros antes de empezar sus faenas cada tarde de feria. Ellos también se emocionan con una media verónica dada con galanura por el diestro o en un lance de capa y un natural templado con la muleta puesta en su sitio, parando y mandando la acometida fiera de un toro bravo, porque son aficionados a una fiesta única, genuina y singularmente española llena de color, luz, triunfo, tragedia, valor, osadía, como es la fiesta de toros.
A uno, Raúl, que siga iluminándolo la Virgen del Brezo, y al otro, Sixto, la de San Lorenzo. Que a ambos guíe Nuestra Señora sus pasos, les anime a continuar en esa brega silenciosa y callada de asistir como capellán a la fiesta de toros y les proteja siempre para que puedan seguir llevando el evangelio en cualquier sitio en donde se precise. Eso sí que es una buena misión y Palencia y Valladolid lo tienen.
Fotos del autor: Sixto Gómez González en el burladero de Valladolid y Raúl Muelas Jiménez en el de Palencia.
Raúl dice
Mil gracias amigo Jesús por fijarte en la sencilla labor que llevamos a cabo… y gracias por contarlo a los lectores de una manera tan bonita. Un abrazo fuerte