La concentración del torero con una mano del subalterno ayudando a colocarle el capote de paseo bordado con esmero, flores, claveles, hilados y la imagen de una Virgen, la de su tierra: Para unos la Esperanza, la Macarena, la de Luguillas, la de San Lorenzo, la de la Peña, la de las Virtudes, la de la Paloma… todos las veneran y oran con respeto antes de salir al ruedo, antes de enfrentarse al rito de la vida y de la muerte. Es verdad que hoy día hay muchas personas que no comprenden el significado tan extraordinario que representa la actitud de un torero que se planta ante un toro bravo, para dominarle, pararle, templarle y mandarle, creando belleza y aplausos. Porque eso está destinado a unos pocos iniciados en la obra tan excelsa y valerosa que supone someter la embestida de un toro.
La nómina de toreros en estos momentos es muy amplia- dicen- y no hay festejos en cada temporada para que todos muestren su arte, su torería y facultades. Unos pocos, los que están en la cresta de la ola son quienes van y vienen, una tarde y otra a las grandes ferias, a los grandes acontecimientos. Torean por el resto, cuando cada uno en si mismo es digno de ser visto, contemplado y analizado.
En una ocasión escribí un texto titulado «La rebelión de los modestos«, exponiendo que algo estaba cambiando en muchas ferias de los pueblos y ciudades pequeñas de España, pues muchos de los diestros prácticamente olvidados de las cartelerías estaban recuperando un pequeño sitio en las ferias y festejos. La verdad que no es sitio lo que recuperan, porque siempre han estado ahí, y ser torero imprime carácter, como el sacerdocio cuando el obispo unge al diácono según el orden de Melquisedech para la causa de Dios. Y así el padrino de alternativa al entregar los trastos al toricantano marca indeleblemente y para siempre a quien los acoge y recibe con amor y orgullo en sus manos, sea luego famoso o no.
Conozco y tengo buenos amigos, de lo que me precio, en el ámbito de la tauromaquia que han sido elevados a la categoría de matadores de toros. Unos, que siguen en la brega diaria como subalternos; otros esperando la llamada que casi nunca se produce y los más soñando su faena en el aguarde del momento de hacer un paseíllo. Para ellos un respeto, la consideración debida y el ánimo para que no pierdan nunca la esperanza de llegar algún día a mostrar a los demás, público y aficionados, lo que son capaces de hacer crujiendo huesos, estirando la figura y moviendo con cadencia y a compás los brazos con un capote de torear en las manos.
Toreros, héroes anónimos, valientes y esforzados, de otra pasta de hombres, que saben entender y llevar en su corazón los fundamentos de un arte tan español y bello como es, ha sido y será el arte de torear. Por mi parte y hacia ellos, reconocimiento, gratitud y aplauso.
Foto: José Fermín Rodríguez
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