Hablar de Sebastián Castella y de su riesgo calculado ante los pitones de un toro es poco menos que imposible ante el recital de torería dado hoy en la feria de Palencia. Porque lo fácil es alabar y elevar a los altares de la mística de la torería a un muchacho que se enfrenta cada tarde, a riesgo y ventura, a un toro bravo. Por eso, conviene ir poco a poco en el relato para que quede, negro sobre blanco en este aire cibernético que sopla para airear la tauromaquia y sus excelencias.
Habíamos llegado a Palencia con una tormenta de órdago que descargó acompañada de un viento recio y huracanado que movió contenedores, desplazó sillas de terrazas e hizo un fiasco en algunos lugares. Bien es verdad que la cosa duró lo que duran «dos peces de hielo…», pero ahí quedó el estropicio. Temiendo porque la lluvia apareciera en esta corrida de toros y dificultara a los diestros en el ejercicio y resolución de sus faenas, tropecé con mi amigo Domingo Hernández, el ganadero salmantino, en una de las calles de Palencia que se dirigía al coso de Campos góticos. Tras saludarnos, ambos nos dirigimos en amor y compaña al recinto taurino, hablando de toros y conociendo entre las muchas personas que se nos acercaron a Pedro «el chino» y a Curro Cano, dos capitalistas que sacan a hombros a los toreros y que hace unos días lo hicieron con el hijo del ganadero de Garcigrande en Almería por su extraordinaria corrida. Generoso, Domingo, sacó la cartera y les arreó un billete para que se tomaran un café y una copita a su salud por la tarea de «capitalistas» hecha en Almería. Luego, Domingo, se despidió y entró en las oficinas de la plaza a liquidar sus servicios ganaderos.
Al quedarme huérfano de un hombre afable y tranquilo con quien conversar, entré yo también a la plaza para contemplar la corrida y vi, en resumen breve, esto:
Francisco Rivera «Paquirri» practicó ante sus dos ejemplares un toreo con cierta ventaja, sin entregarse demasiado, muy desconfiado, citando con el pico y retirándose de la suerte, a lo que se unió el calamocheo incesante del toro que abrió plaza y el lidiarle cerrado en el tercio, a la cobijada del aire que molesta y que puede dejar al descubierto el cuerpo mortal que la naturaleza le ha dado. Mal estuvo Paquirri en sus dos toros y especialmente ante el cuarto que no lo quiso ni ver. La bronca y los pitos surgieron de entre los tendidos contra Francisco. Le vi sin ganas, con poco sitio, sin interés, como queriendo pasar cuanto antes el trámite amargo del acíbar y además mató de sendas estocadas caídas, tras pinchar. Hasta en el paseíllo inicial, fue muy retrasado de sus propios compañeros de terna.
De Julián López «El Juli», un torero en plena forma, entregado siempre, sabiendo lo que tenía entre manos, pisando los terrenos del compromiso, templando la embestida de sus dos toros con la espectacularidad a que nos tiene acostumbrados a los aficionados. Paró, templó y mandó. Ya tenía las orejas de su primero en el esportón y falló estrepitosamente a espadas, pinchando varias veces, antes de lograr una estocada caída y dar tres golpes de descabello. En el quinto cortó una merecida oreja por otra muy buena y entregada faena. Sabia muñeca y experta colocación la de este muchacho que recibió rodilla en tierra el ejemplar de Garcigrande, ante el que se descalzó tirando las zapatillas y continuó su faena, cambiando el viaje del toro, haciéndole girar alrededor de su cuerpo de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Media trasera y dos descabellos le supusieron conseguir una merecida oreja y petición de la otra.
Y llegó Sebastián Castella, el francés, fino y elegante, sentido, muy torero, un canto especialmente dedicado a la quietud que se arrancó con un pase cambiado dado en el centro del ruedo, sin enmendarse, de escalofrío. Luego siguió calentando el graderío con un cambio de mano y propinó una faena larga al de Domingo Hernández. Un pinchazo sin soltar y una media en el sitio, despachó al ejemplar al desolladero, entre los aplausos del público que ovacionó con fuerza la bravura del toro. Y en el sexto, más de lo mismo. Es decir, salir a por todas, a abrir la puerta grande, pero demostrando que Sebastián Castella es un torerazo como la copa de un pino. Leal, elegante, valiente, osado y atrevido dio una faena al que cerraba festejo de Garcigrande, bizco de pitones, entre la emoción, las ovaciones y los olés del público palentino que suena como los ángeles sobre todo cuando el sol volvió a asomarse por entre las nubes que habían dejado lluvia fina en la Plaza de Palencia.
FICHA DE LA CORRIDA
2ª de la feria de San Antolín de Palencia. Tres cuartos escasos de plaza.
6 toros de Garcigrande, bravos y nobles. Tres de ellos aplaudidos en el arrastre para
Paquirri, silencio y pitos.
El Juli, ovación y una oreja
Sebastián Castella, oreja y oreja. Salió a hombros por la puerta grande.
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