Parece que las personas hemos entrado en un tiempo en que es preciso desatar la extrañeza, lo raro, lo estudiado interesadamente para fijar la atención de los demás. Y así cuanto más estrafalario, extravagante o pintoresco algunos creen que de esa forma se acercan más al público. A buen seguro que habrá opiniones para todos los gustos.
Sin embargo creo que hay que decir algo al respecto, pues también lo hicimos cuando Antonio Ferrera, haciendo de su capote un sayo de seda azul para torear a los bureles en una corrida de toros, nos pareció más estrafalario que rompía de alguna forma la liturgia modélica que debe prevalecer en la fiesta de toros.
Llegar hasta donde estamos llegando más me parece símbolo de decadencia que de originalidad por sí mismo. Estas novedades, extrañas porque no suelen verse en lo habitual, posiblemente conduzcan a fijar la atención por sus colorines y envueltas cromáticas lo que denota que estamos en un mundo donde la imagen, la que entra inmediata por el ojo, quiere hacerse notar entre las personas.
Esta decisión de Cayetano, si la ha tomado él exclusivamente pues ya dará la explicación que desee, es como si mañana los sacerdotes podían entablar los actos litúrgicos religiosos colocándose pantalones vaqueros, camisas de colorines, con anuncios y reclamos de paz y prosperidad, guerra y venganza, lucha y perdón, silencio y grito… y ya de puestos anunciando el último modelo de coche eléctrico, por aquello del impacto visual y del progreso (?). En fin toda una envuelta, un revoltijo, un sindiós, por mucho que se se diga, en aras de pensar que así se crea originalidad.
Decir que es para homenajear a Picasso es una manera de escurrir el bulto, de justificar una decisión de todo punto merecedora de reproche pues ni Pablo Picasso se puso nunca el disfraz de colorines de un arlequín.
Y lo de Cayetano en la Malagueta casi mejor para un desfile de carnaval.
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