Mala tarde la de ayer en las Ventas, ni tan siquiera agridulce. Mala sin paliativos tras ver en directo la cornada recibida por un torero que crece, no se inmuta y fija su cualidad como los elegidos para la gloria, Saúl Jiménez Fortes.
El velo de disgusto que se extendió por todo el mundo taurino presente en el graderío de la plaza o visionando por televisión con el corazón encogido el sucedido, los gajes del oficio, el dolor físico, la herida inferida por el último toro de la tarde al buen diestro malagueño taponándose la hemorragia del cuello, fue evidente, desasosegante pero a la vez sereno y sentimental.
Veíamos a otro caído entre las astas de un toro, dándolo todo por una actividad espiritual, de abandono total de su propia vida para entregarla con la convicción y el valor de quien ama hasta el extremo el juego eterno del hombre con el toro. al haberlo integrado en sí mismo, ofreciendo lo más valioso del ser humano, su propia vida. Y luego dicen que el toreo no es grandeza.
Saúl Jiménez Fortes y tantos otros compañeros como caen en las plazas de toros por ejercer una vida distinta, una profesión singular incardinada en lo más profundo de su misma existencia, queriendo dominar y conformar belleza e integración en un pase, un lance, una tarde de toros cualquiera, merecen ya por sí mismos el respeto, la consideración de todos y la gloria.
Eso es ser torero: Convivir con el riesgo, el dolor, la tragedia e incluso la muerte. Por eso son héroes todos ellos para nosotros mismos.
Foto: José FERMÍN Rodríguez
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