Todas las personas que tienen algo que ver en el mundo taurino andan rebuscando, juntando ideas, trabajando, razonando, pensando, qué se puede hacer en la fiesta para que recupere su atracción entre los espectadores y los días de corrida vuelvan a llenarse los tendidos con el público que paga su entrada, ante el rechazo y claridad en gradas y andanadas de los últimos años. Sesudos analistas de esto hacen ver que el aficionado que asiste a las corridas, pese a que un torero encumbrado de no hace tanto dijera que «todos ellos cabían en un autobús«, sin faltarle razón, e interpretan y enlazan, maridan como de forma cursi se dice ahora, la cuenta de resultados con el espectáculo ofrecido para que el singular recurso puesto a disposición empresarial y profesional sirva de estímulo, fomente la creación de empleo, dé unos merecidos dineros y satisfaga económicamente.
Una de las soluciones puestas encima de la mesa es la de la lidia de toros bravos, sin trampa ni cartón, en un ejercicio de riesgo, belleza, temple y sometimiento en ocasiones agotador, artístico y singularmente bello como atesora la profesión de torero.
Todos hemos pasado y comentado en más de una ocasión, charla, intervención pública o escrito que la fiesta de toros precisa de la materia prima singular que es el toro, dando a las explotaciones agropecuarias las mejores aplicaciones genéticas, los trabajos de campo científicos, estudios verdaderos y no al albur de un interés momentáneo y pasajero. El toro de lidia es un animal tan singular en sí mismo que llena tratados y libros como ningún otro ser vivo, que significa más de lo que se cree en la vida de tantas y tantas personas como se dedican a cuidarlo, alimentarlo, protegerlo, cuajarle, presentarlo, venderlo y lidiarlo. De ahí que sea fundamental su atención, su protección, su cuidado y su respeto. Luego los toros tendrán más o menos movilidad, la corrida ser más o menos pareja, estar encastados en la línea ganadera…
El ejemplo más convincente lo protagonizó la corrida de toros del domingo de Ramos en Madrid conocida como la encerrona de Fandiño, con un «No hay Billetes» en las taquillas, porque gran parte de quienes fuimos lo hicimos por ver los toros que iban a lidiarse.
Ahora bien, en esto como en todo, no es único el tirón que ha de darse en una parte de la cuerda, sino que es cuestión de conjunción de todos cuantos intervienen en esta Fiesta, única, sutil e irrepetible que tiene al toro bravo por santo y seña de su existencia. Y aquí mucho tiene también que decir especialmente el torero.
Deja una respuesta