La desaparición de una ganadería brava siempre es motivo de tristeza para cuantos la han conocido, visto su desarrollo y comprobado la excelencia de sus animales con un gen bravo merecedor de continuidad. Hoy ha venido el cierre final de la de Morón de la Frontera llamada «Conde de la Maza» y por eso muchos aficionados se entristecen porque aprecian algo irreparable ya para siempre. No obstante, y como cuando una puerta se cierra, otra se abre, seguramente en poco tiempo veremos otra en los anales de la relación y agendas ganaderas que inscribirán un nuevo nombre, un nuevo tipo, un devenir distinto. Primero porque la vida es así un nacer, vivir y morir y no existe solución ni continuidad alguna cuando el hombre está dispuesto a pasar por la horca caudina del finiquito, sintiéndose como arrancado y violentado de ese mundo.
Leopoldo de la Maza ha dicho que «podría escribir un libro, pero no lo voy a hacer, dejémoslo ahí» como si todo aquello que podría dejar plasmado no iba a tener la virtud de solucionar ni uno solo de los males que acechan a la actividad humana, en este caso la del cuidado y fomento de una ganadería brava.
Innumerables divisas han pasado ya a la historia de su final, unas marcadas por decisiones mercantiles, otras hereditarias, algunas por deudas, diversas por imposibilidad material, pero casi todas porque así convenía en ese momento a los intereses de quien toma la decisión. De manera que ahora, los golpes de pecho sobran; los lamentos están de más. No se puede, no se debe fomentar la circunstancia plañidera de llorar cuando ya no hay remedio.
Las palabras del propietario han sido también «puedo decir que este año realicé el último herradero en Arenales y esos ejemplares están por ahí, puesto que los ha comprado un ganadero que no voy a citar. Esos futuros toros los tendrán que lidiar con el hierro del Conde de la Maza puesto que están herrados así”.
Hoy ha echado el cierre la ganadería del Conde de la Maza, ayer fueron otras y mañana seguirán la trayectoria algunas más, porque así pasa la gloria del mundo en epitafio consolador que decían nuestros antepasados para mostrarnos lo efímero de los triunfos.
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