Se celebró la corrida del Centenario de la Santa torera andarina, Teresa Sánchez Dávila de Cepeda y Ahumada, Teresa de Jesús en el santoral católico, en el coso de su tierra, Ávila de los Caballeros, con un color especial en el resol de la plaza. Tiempo caluroso y casi tres cuartos completaron la presencia del público en su graderío, mientras que los toreros y cuantos intervinieron en la lidia iban vestidos del mismo color, el pardo, el marrón, el carmelita en honor de la Santa. Al final todo resultó: El triunfo de los toreros, saliendo a hombros los tres por la puerta grande; el reconocimiento y ovación al ganadero Carlos Charro, que vio cómo uno de sus toros de nombre «barbagrande» corrido en cuarto lugar obtenía el premio del pañuelo azul; la organización de la empresa «Por naturales» que se esforzó de lo lindo en la promoción del festejo, con la mención especial a Nacho de la Viuda por su trabajo; a Carmen Andueza, la sastra abulense encargada de la confección de vestidos y telares…Y sobre todo, la sinceridad y alegría del público de Ávila que se emocionó especialmente con el toreo de Sebastián Castella ante el quinto de la tarde, un «parasolillo«de 480 Kilos en la romana, al que acarició con su franela de terciopelo y al que despachó de un volapié extraordinario, hasta la bola, que le valió la aclamación del respetable.
Y vamos poco a poco, al relato de lo visto esta tarde en la que ha habido una corrida de Carlos Charro noble, brava y codiciosa con tres toros aplaudidos en el arrastre y uno merecedor, a juicio del Presidente, de la vuelta al ruedo. Tal vez por su forma brava de morir y vender cara su vida, humillando y levantándose de nuevo hasta en tres ocasiones, produjo la decisión en el usía, porque en aras de ser justos, el quinto fue el más bravo del encierro, codicioso, encastado y pujante, lidiado por Castella a los acordes de «La Campanera» con que se arrancó la Banda municipal de música de Ávila. Bien está, sin embargo, lo que bien acaba.
Abrió plaza un «trajebueno» que renqueó de una de sus patas traseras, al salir del caballo, aunque el Fandi, su matador, le sometió en dos series con ambas manos. Se encaró con un espectador del tendido que le espetó la palabra maldita en muchos lugares: «¡pico«! al inciar el trasteo de muleta. Sometió al burel que había banderilleado el diestro y brindado al público, para despacharle con una casi entera, algo perpendicular, y un golpe de verduguillo. Recibió una oreja. En el cuarto, el bravo «barbagrande» del que ya hemos hecho referencia le hizo una faena muy completa, poderosa y encimista en ocasiones. Tras el aviso, pinchó arriba y logró seguidamente una estocada entera que le valió la oreja.
Castella hizo cantar a «fandango» de 470 kilos, muy en el tipo de lo de Carlos Charro, parladé, fino de cabos y hechuras, con cuello largo y enmorrillado, bien es verdad que con solo un picotazo trasero. Le acarició con tres verónicas en el quite muy aplaudidas y la faena de muleta la empezó a pies juntos, sobrado y poderoso. Instrumentó una faena larga pero falló con los aceros por lo que le sonó un aviso y recogió la ovación del público cuando las mulillas se llevaron al ejemplar al desolladero.
Y donde Castella volvió a emocionar por algunos instantes a los espectadores fue en el quinto con su torería, su saber y su poder, temple y mando por arrobas. Los olés surgieron redondos, como la faena del diestro francés. Exprimió al «parasolillo» como un limón y tras un volapié extraordinario, hasta la bola, las dos orejas fueron reclamadas por los espectadores. Porque Castella torea, acaricia, pone el temple y el mando, no se inmuta, es la serenidad personificada con una muleta en la mano. Da gusto verle hacer lo que hace ante un toro bravo y, sobre todo, con la verdad con que lo hace.
Completaba la terna César Jiménez, que pese a tener el lote menos bueno del encierro, llevando tanto el «meloso» tercero como el «fandango» sexto a su jurisdicción con maestría y cierta sobriedad, pese a que embestían con la cara alta, dando golpetazos antes de rematar el muletazo, mostró algo de dificultad para realizar el toreo elegante y señorial, que el espigado diestro madrileño, de Fuenlabrada, atesora. Dos estocadas enteras a cada uno de sus enemigos le valieron el premio reclamado por el público.
Al final la terna salió entre los aplausos del público por la puerta grande.
En resumen, una entretenida corrida la de Ávila de esta tarde en la que la oración hecha en la capilla de la plaza por el ganadero Carlos Charro, tal y como su piedad y costumbre cristiana le acompañan, ha dado crédito a la bravura de sus animales no sé si por intervención de lo Alto, que esta santa, monja torera abulense, dejó dicho que hasta en los pucheros está Dios, sino también por el trabajo diario que se realiza en su explotación ganadera. Pues eso, hasta en nuestros corazones, el de Fermin y el mío, siempre estará su memoria, la de la Santa, en Ávila de los Caballeros.
Fotos: José FERMÍN Rodríguez.
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