Alejandro Talavante salió a hombros del Coso de Zorrilla por la puerta grande tras cortar dos orejas al quinto de la tarde, un toro de nombre «rosito» rabón, bravo y noble de Núñez de Tarifa que fue aplaudido en el arrastre por el público que acudió a la corrida y que ocupó los tres cuartos de la plaza en tarde soleada y muy agradable para ir a los toros. Sus compañeros de terna, Castella y Roca Rey cortaron una oreja cada uno de ellos.
La primera parte del festejo, hasta el cuarto de la tarde devuelto por falta de raza y fuerza y sustituido por un sobrero de la misma ganadería, resultó anodina, pobre, tediosa y aburrida debido a la flojera de los toros, pitados en el arrastre por un público que acababa desencantado por lo que estaba viendo, pero animado, con ganas de aplaudir y tan solo serenado por un Roca Rey que se fue a la solana e hizo tragar al rajado toro, lidiado en tercer lugar, obligándolo y sacando leche de un botijo. Mostró el peruano una voluntad, valor y ganas dignas de reconocer, aunque la faena no brillara en exceso. El toro que no fue picado, quedando crudo para la muleta, viendo el torero que sus dos hermanos lidiados por los compañeros, habían salido sin fuelle, cayéndose y además llevándolos las mulas en el arrastre tras sonora pitada, lo mató de un feo sartenazo y estocada entera. No obstante el público, más en los tendidos de sol que en los de sombra, exhibió sus pañuelos pidiendo la oreja para el diestro que le fue concedida por el usía.
En fin. Una primera parte de corrida para olvidar dado el escaso juego y nulas fuerzas de los toros, pese a que los toreros quisieron aunque se estrellaron en sus faenas contra un muro de mármol. Pero como sucede en la vida, vino la mejoría y el triunfo en la segunda parte, mucho más interesante.


Comenzó Sebastián Castella, tras brindar al público la muerte del segundo de su lote, citando desde el centro del platillo, a pies juntos, en un pase cambiado de mando y temple. Enjaretó al burel una faena armoniosa, de clase en algunos momentos extremadamente interesante y lucida. Muy bien el francés consiguiendo una trincherilla preciosa y unos doblados finales extraordinarios para cerrar al toro en el tercio y tirarse a matar haciéndolo con estocada entera. Recibió un recado en forma de aviso y la oreja de su enemigo. Castella es un torero pulcro valiente, además de tener un halo de quietud en los pies y manifestar el temple en sus pases. Ni se acordó en ningún momento del achuchón recibido en el que abría plaza cuando lo lanceaba con el capote, un manso que se tumbó al final de la faena. De ahí que se quitara la espina ante el sobrero de nombre «rematador» que sustituyó al titular corrido en cuarto lugar y devuelto a los corrales.
Parecía que la cosa mejoraba y salió el quinto para Alejandro Talavante, brindado al público, con el que alcanzó su faena cotas de técnica irreprochable y cites inverosímiles, metido y pisando el terreno del toro. Hay un momento en que incluso la pala del pitón descansa totalmente sobre un lado de su abdomen sin que el diestro se inmute ni corrija la posición, levantando un clamor en toda la plaza. Su quietud produjo que la ovación fuera aún más atronadora, desatándose el delirio al lograr una estocada entera arriba en la yema. Los pañuelos del respetable tremolaron, muchos de ellos paliando la gran emoción sentida en ese instante de valor y apasionamiento del pacense que todo lo hizo con brillante espontaneidad, logrando las dos orejas que paseó sonriente alrededor del albero entre las aclamaciones del público.
Y Andrés Roca Rey, el espigado torero peruano, de reconocido y ganado prestigio y valor no pudo acompañar en la salida a hombros por la puerta grande a su compañero Talavante, pues resultó imposible con el sexto redondear la tarde que para él no había arrancado mal al cortar una oreja en el tercero, pero el que cerraba corrida otro toro sin raza ni fuerza, eso sí noble, casi como si fuera animal amaestrado, al que intentó torear en unos pases poderosos y componiendo la figura, lo pinchó de mala manera dos veces hasta lograr una estocada de las caídas y al pulmón que un subalterno sacó rápidamente pero que despenó al «catetón» sin pena ni gloria.
En resumen. Una tarde de toros emocionalmente acogedora por aquello de revitalizar a San Pedro Regalado en Valladolid, perfecta organización, con buena entrada en los tendidos, toreros con ganas pero sin suerte excesiva por culpa de toros sin chispa y con poca raza donde solo un «rosito«, rabón y bravo lidiado por la serenidad de Talavante, salvó este encierro portugués de Núñez de Tarifa, justamente cuando un espectador desde el tendido lanzó el grito de «¡Viva el toro Vega»!, acogido con una fuerte ovación del público.
Fotografías: José SALVADOR / Pablo ALONSO
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