Tienen los toros mil y un matices en su esencia que son aquellos que les encumbran en la distinción, análisis y estudio que muchos hacen y dedican. Unas veces con signos inequívocos de algo distinto, de otro tiempo, de otra época y otras con la atracción sentimental y famosa a quienes intervienen en su mundo y en su realidad. Por eso les hace irrepetibles y únicos en la historia.
Y esos retazos que unos ven con escasa importancia y a otros nos gusta desentrañar y explicar sirven a la fiesta como aspecto único e irrepetible en su misma esencia. Tal es el caso, en esta ocasión, de los que llaman por las tierras de Andalucía «costaleros» a imitación de las personas que voluntariamente y con gusto cargan sobre sus hombros imágenes o pasos procesionales durante la Semana santa. La palabra extendida al resto de tierras españolas tomó cuerpo y razón para determinar a las personas que sacan «a mochachín», en volandas, a hombros, al triunfador de la tarde por su magistral faena hecha ante los ojos de los espectadores de una plaza de toros. Ellos, que trasladan al diestro triunfador hasta el destino elegido, son un aspecto más a considerar en la Fiesta, pues no en balde también realizan una función, soportando sobre su cerviz, espalda y riñones el peso del espada.
Lo normal es que cualquier espontáneo del momento, asistente al festejo se muestre complaciente y deseoso de cargar sobre sus hombros el fardo pesado o liviano, según sea su naturaleza, del torero de turno. Pero en esto, como en todo se profesionalizan las cosas por un quítame allá esas pajas. Especialmente a partir de los años 60 en los que el boom turístico acrecentó los festejos de toros para disfrute de los extranjeros y que la llama de la espontánea afición parecía apagarse merced a las idas y venidas, manejos en ocasiones más turbios que claros, aparecieron personajes porteadores como los que hoy ocupan este reportaje, dispuestos a tomar en volandas al torero y llevarle al hotel o a su destino a cambio de una propina.
En una feria taurina de este año, mientras saludaba a Domingo Hernández, el ganadero de Garcigrande, e intercambiábamos charla y paseo hasta la plaza de toros de Palencia, dos personas se nos acercaron. Ellos eran Pedro el chino y Curro Cano que recordaron su esfuerzo hecho hacía unos días tan solo en una plaza del sur, sacando a hombros al ganadero triunfador de aquella corrida, precisamente de Garcigrande. Espléndido Domingo correspondió con largueza a ambos.
Ellos y otro como Lorenzo, el maestro de Rioseco, con su sombrero inconfundible de ala ancha, han hecho piña también en la fotografía de los toreros triunfadores de muchas plazas. Por ello, son un aspecto, pequeño sí pero necesario, también a considerar en la fiesta de toros.
Siempre habíamos pensado que en el habla taurina «capitalistas» eran otros distintos a aquellos que sacaban a los toreros a hombros a cambio de sustanciosa propina. Y aunque en los tiempos pasados no fuera así, pues era la propia afición la que sacaba en andas al diestro que les había hecho disfrutar con su toreo y su faena, hoy siguen acompañando y sintiendo las jornadas de toros como una parte más de las mismas.
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