Y no lo decimos a humo de pajas, sino basado en la experiencia tras contrastar las opiniones que detectamos en muchas personas que se dedican a estos menesteres de programar ferias, festejos taurinos y otras actividades relacionadas con la Tauromaquia. Ferias de pueblos y ciudades más o menos importantes se ven mediatizadas por intereses de quienes parece ostentan la categoría de jueces supremos, valedores prepotentes y soberbios intelectuales conocedores de todos y cada uno de los recursos de este singular mundo taurino.
Vamos a ir poco a poco con el razonamiento y dejándolo expuesto, negro sobre blanco, ahora que aún es tiempo para decirlo y no a posteriori, una vez que la realidad supere el pensamiento abstracto y la opinión previa ante lo que deba acaecer.
Una empresa, cualquiera, en cuyo seno trabajan personas que la han creado y puesto en funcionamiento, decide presentar pliego de condiciones para dar los toros en cualquiera de las plazas de la geografía. Tras exponer concienzudamente, analizando pros y contras, aquilatando al máximo el dinero para destinar a la programación, entregar el pliego formalizado en el registro y adjudicado el servicio temporalmente por la administración titular, se van viendo injerencias de quienes dicen tener alguna relación: Peñas taurinas con Ayuntamientos; Concejales con toreros y ganaderos; amigos de amigos; Alcaldes entendidos que quieren mejorar por encima de todo su asignación presupuestaria; expertos en la materia, sabios de cartón piedra cuando la dificultad real llega; aficionados entendidos y sabedores de lo divino y de lo humano, plenos de sapiencia y ciencia infusa en materia taurina… En fin grupos y grupos entre los que no se puede separar a los informadores taurinos, salvo honrosísimas excepciones, más proclives en ocasiones al compadreo que a discernir la verdad de lo que se ve cada tarde de toros, tapando vergüenzas, aliviando errores y aumentando hasta lo grandioso los aciertos lógicos que se produzcan.
Pues con todo eso, y mucho más, hay que trabajar, hay que dar el callo en los pueblos y ciudades, hay que convivir, relacionarse y poner a mal tiempo buena cara, no vaya a ser que quiten los garbanzos temporales, el caldo de asilo de una concesión futura y, en consecuencia, se cierre el grifo de los recursos económicos de la adjudicación, como si la vida y los recursos públicos de un Ayuntamiento o de una Institución fuera exclusiva pertenencia del grupo político que gobierna en ese momento.
Ahí están pequeños y grandes empresarios batiéndose el cobre de sus dineros una y otra vez, temporada a temporada, dejándose mecer por quienes tienen la sartén por el mango, pues ellos y sus familias también necesitan comer cada día, como todos. Dando gusto al capitoste de turno en sus apetencias, sea político, periodista o peñista, las más veces desordenadas y sin concierto lógico alguno, queriendo que quien pone el dinero debe dar las fiesta de acuerdo a sus deseos, a sus influencias e intereses, en vez de al resultado de una cuenta que tiene que cuadrar a final de temporada, sin rechistar, como vulgarmente se dice. Luego, cuando el empresario solo en su oficina, con facturas, liquidaciones, talones, pagarés y promesas que lleva el viento, cierre el balance anual y determine lo que mereció la pena y lo que no, él sabe a ciencia cierta lo que ha hecho bien, lo que ha salido mejor y lo que no tanto. Porque el empresario, que no se olvide es también aficionado, es quien debería llevar la voz cantante en esto de la organización y programación de los festejos y no tantos listos y agudos personajes que quieren influir directamente porque se creen que ordenan y mandan, aunque al final sus deslavazadas acciones entorpecen y torpedean la labor empresarial más que ayudarla y respetarla. De ahí que cuando se ve que algunos tiran para adelante, pese a las extraordinarias dificultades que se les pone en el camino, más parezca milagro que otra cosa.
Foto: José Fermín Rodríguez
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