Ayer en la penúltima corrida de las de a pie en la feria de San Isidro de Madrid resultó cogido cuando intentaba dar el cachetero al quinto de la tarde el subalterno del maestro Ferrera, Manuel Rubio.
La cornada y la paliza tremenda al compañero y amigo de Antonio Ferrera que siempre lo ha llevado a su vera fueron realmente escalofriantes. El toro, echado en el albero, estiró la gaita cuando Manuel se disponía a apuntillarlo, levantándose y prendiéndolo de mala manera, volteándolo y dándole un golpetazo de los que hacen época. El parte médico dado por el cirujano de la plaza es éste:
«Herida por asta de toro en región perineal, con orificio de entrada y salida con una profundidad de 15 cm que alcanza el pubis y contusiona uretra y recto. Luxación de rodilla derecha con rotura de ligamentos cruzados anterior y posterior y ligamento lateral interno.
Es intervenido quirúrgicamente en la enfermería y se le realiza reducción de luxación de rodilla con inmovilización de la misma. Es trasladado al hospital Virgen del Mar.
Pronóstico grave».
Manuel García Rubio tiene una afición y dedicación extraordinaria a esta fiesta que lleva profundamente incardinada en su vida y en su corazón. Su edad, aparentemente ya provecta, pudiera parecer obstáculo para estar delante de la cara del toro ayudando, aunque sea de tercero, a su apreciado y querido matador Antonio Ferrera. En numerosas ocasiones lo hemos visto serio, circunspecto, concentrado, en el día de la corrida. Este subalterno es de los que no hacen ruido ni muestran alharacas ni dan que hablar de más o menos a sus compañeros de cuadrilla Dionisio Leonidio, Juan Carlos y Roberto Bermejo. Él siempre ha generado en mi persona un afecto singular por estar en todo momento en el sitio oportuno, ejerciendo la función fundamental de asistente inmediato a su maestro y amigo.
Recuerdo en Mojados, una plaza donde toreaban una tarde a finales de septiembre cuando ya la temporada estaba a punto de echar su cierre con la corrida del Pilar de Zaragoza que Manolo, al hablar brevemente y recoger el saludo y la suerte de quienes nos vamos viendo en los patios de cuadrillas, me sonrió agradecido a la par que alargaba hacia mí su mano, estrechándola con afecto.
Por eso, ahora cuando Manuel está postrado en el lecho del dolor como uno más de los toreros que dan su sangre en el ruedo indefectiblemente cada temporada, no puedo por menos de desearle un pronto restablecimiento y recuperación. Manuel cumplió su trabajo y por hacerlo bien recibió no premio sino el castigo de la cornada, que a buen seguro se toma como tributo necesario de cada jornada torera.
Ponte bueno, torero!. Los que apreciamos la labor de cuantos intervienen en la lidia, tragando el miedo y la responsabilidad en las plazas de toros, haciendo un trabajo único y esforzado, aplaudimos a esos subalternos que derraman su sangre por hacer las cosas en favor de sus maestros a cuyas órdenes están, ojo avizor, como los soldados que vigilan el fuerte en labor más callada, silenciosa, sin estridencias y solidaria. Y Manuel García Rubio es uno de ellos.
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