Daniel Luque ayer en Dax sentó cátedra de absoluto rey en esto del arte de torear frente a una corrida, cuajada y brava de la Quinta. Lo de menos la cantidad de trofeos que cayeron en el esportón del diestro de Gerena, nada menos que siete orejas y dos rabos, con toro indultado además sino que lo importante fue ver cómo esta persona ha ido evolucionando en su forma de torear para alcanzar una cota inimaginable no hace tanto tiempo.
Unos achacaban a la frialdad del hombre, la liberalidad por cumplir en la tarde de corrida, dignamente pero no con la espectacularidad que ayer se le vio y todas las lágrimas que se han derramado por él lo acompañaron en forma de lluvia, lavándole las culpas y pidiéndole perdón por haber sido tan reacios a su toreo frío y a su estética distante.
Luque se encumbró ayer en Dax en la cúspide de ese ramillete de escogidos toreros que llenan de interés una corrida de toros con su presencia.
Aunque ahora lo difícil estará en mantener esa posición de privilegio, cuestión mucho más que complicada, casi imposible, debido a los intereses que siempre sobrevuelan alrededor de los toreros triunfales. Creo que se retiró Enrique Ponce, pero Daniel Luque suple su ausencia con un criterio de categoría y decisión mucho más abierta, más comprometida y noble compostura con los toros al que pedirán deba lidiar.
Gran parte del éxito ayer de Luque se lo debe a la bravura espectacular de los toros de la Quinta, escogidos para él en esa encerrona de Dax que le ha abierto la puerta de la gloria una tarde de agosto en la que hasta el cielo llegó a lavar todas sus culpas anteriores.
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