David Castro «Luguillano» ha salido a hombros de la coqueta, cubierta, cómoda y acogedora plaza de toros de la Flecha el día de San Antonio, cuando las mujeres solteras buscan novio y el verano abre sus cielos azules a una temporada que promete para el diestro de Mojados, después de tantas contrariedades, suspensiones y percances que le han hecho perder más de una temporada al fino y elegante torero agitanado de Valladolid. David Castro tenía hoy una vela más en su cumpleaños vistiéndose de luces y derramando su arte por esos mundos de Dios. Nada menos que veinte años de alternativa le aupaban a ser quien abriera el cartel de Arroyo la Flecha con motivo de sus fiestas patronales.
Casi tres cuartos de plaza ocuparon los tendidos para presenciar la lidia de seis ejemplares de Sepúlveda de Yeltes, nobles pero flojos, de los que dieron cuenta el citado Luguillano, Manolo Sánchez y Miguel Tendero. Al final fue preciso la lidia de un séptimo toro pues el primero del lote de Manolo Sánchez, segundo de la tarde, se estampanó contra el burladero, tras ser llamado por el Pela desde dentro del seguro refugio. El capote no se introdujo a tiempo y el codicioso toro, un ejemplar de hermosa lámina, chocó violentamente, descoyuntándose y rompiéndose la médula. Hubo que apuntillarlo y el tiro de mulillas lo llevó al desolladero.
A salvo pues de la incidencia anteriormente relatada, la corrida había empezado con buen pie, añadiéndose además a esto que las cámaras de una televisión regional de Castilla la Mancha retransmitía el festejo para su comunidad.
Luguillano presentaba ganas toreras y, tras unas chicuelinas al paso, un puyazo al ejemplar de Sepúlveda con sangre de los de Daniel Ruiz fue suficiente. Daba gloria verlo en unos pases de la faena que brindó al público, desarrollada fundamentalmente por el pitón derecho. Parecía que abrir plaza en lugar de pesarle y afligirle, le motivaba. David intentaba estirarse cadenciosamente, cargando la suerte y doblándose como un junco. Sin embargo no remató obsequiosamente bien la lidia, sino que consiguió una estocada algo tendida que le valió una oreja.
En su segundo tuvo que tomar el olivo precipitadamente, echándole el capote a la cara al ejemplar que se fue hacia el cuerpo del torero, achuchándole contra las tablas. Poca fuerza tuvo el toro por lo que lo lidió a media altura con la muleta, menos vistoso para el público, pero acertada decisión por los escasos bríos del animal. Una estocada, echándose a ley en todo lo alto, tocando el pelo de los rubios del ejemplar, hizo que los pañuelos pidieran decididamente la oreja para el diestro que le fue concedida.
Manolo Sánchez pechó con el peor lote de la tarde, aunque dándose el arrimón en ambos, poniendo los muslos en un alarde de valor que fue agradecidamente aplaudido por el respetable y reconocido. Ovación y una oreja cosechó Manolo que se enfadó, y con razón, porque cuando intentaba igualar al toro para entrar a matar, un guardia captó la atención del toro, con peligrosa distracción y descolocándose de la suerte. Y tiene razón Manolo porque es increíble que las personas del callejón se muevan de un lado a otro, yendo y viniendo como no dándose cuenta de lo que se juegan los toreros en ese momento crucial. Máxime si quien protagoniza la distracción representa a la Autoridad.
El tercero de la terna Miguel Tendero dio valor a una media a pies juntos inolvidable en el centro del ruedo al tercero de la tarde. Demasiado poco bagaje en el valiente torero de Albacete que tuvo enfrente un mansote que además se le rajó, al que tuvo que finitiquitar de media trasera y tendida y golpe de descabello.
En el que cerraba plaza y corrida por poco más o menos, recibió una oreja. Y mientras, en el tendido un chusco vecino de la localidad se quejaba que los focos cenitales de la plaza y luces estuvieran encendidos, «con lo que cuesta tanta energía eléctrica nuclear comprada a Francia». Un vecino del tendido le dijo que era debido a la transmisión televisiva y que las cámaras precisaban de luz para ejercer su función.
-Ah!- contestó el falso electricista.
-Aunque si hubieran puesto velas, hubiera bastado. Para lo que hemos visto… Concluyó el amigo.
Y así acabó una corrida más en el día de San Antonio, con la salida a hombros de David y la gracia de ver a Clemente Castro pedir la oreja con dos pañuelos, a dos manos, con exigencia y aspavientos reivindicativos.
Gracias a cuantos me habéis acompañado en el sentimiento tras la muerte de mi padre, un honrado aficionado que me enseñó cuando niño a gustar y apreciar los toros y que se fue a la eternidad sin poder ver torear a David Luguillano la tarde de San Antonio.
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