Serafín Marín, un torero nacido en la localidad barcelonesa de Moncada y Reixach (1983), donde reside, vino a la Feria de Íscar a torear porque así lo dispusieron el Ayuntamiento iscariense y la empresa Tauromudéjar de Simón Caminero una de las corridas programadas con motivo de las fiestas patronales. Y Serafín fue llevado del cuidado albero de la plaza a la mesa de operaciones de la enfermería en donde el cirujano Zósimo de Gregorio y su equipo médico le atendieron de la cogida propinada por el segundo de la tarde, primero de los de su lote, perteneciente a la ganadería de los Hermanos Sánchez Herrero.
Esta vez sería la ambulancia la que trasladó a un centro hospitalario al buen diestro barcelonés y no los hombros voluntarios de un capitalista, a consecuencia de su triunfo. Era la tercera y última de las corridas de la Feria. El toro, al iniciar el trasteo, le hizo un extraño en la puerta grande y Serafín optó por cambiarle de terrenos. En eso estaba cuando de modo inesperado el toro se venció por el pitón izquierdo y le pegó la cornada, una muy fuerte y fea cogida con tintes dramáticos al quedar colgado del pitón por su muslo izquierdo.
Todos saben que el toreo ofrece emoción, riesgo y arte; no hay teatro. Es un arte efímero que queda grabado en la mente y en el corazón. Y el torero como creador de emociones dejó grabado en la mente de los espectadores la realidad profunda del juego eterno del hombre con el toro.
El torero, cuya imagen parece haberse quedado estancada en varios aspectos, a veces, si recibe una cornada es capaz de continuar toreando herido y ese sacrificio al límite pocos se han preocupado de enseñar a la sociedad actual. De ahí que nosotros en este reportaje queramos hacerlo, recordarlo, mostrarlo, enseñarlo y apreciarlo.
Serafín Marín, torero de afición en acíbar y amargo por causa de la prohibición de los toros en su tierra natal, estoqueó el último toro lidiado en la Monumental de Barcelona, saliendo a hombros junto a José Tomás. Ha defendido la Fiesta en el parlamento catalán y, tras su prohibición, la ha reivindicado cambiando la montera por la barretina y el capote por la bandera catalana, la llamada “senyera” y ha dejado dicho en más de una ocasión, corroborado por su experiencia “Los políticos quieren crear una Cataluña que no es la real. Cada vez hay más gente en contra de ello. Es complicado vivir así; que decidan por ti y no poder hacer nada. Puedes protestar, pero no te hacen ni caso”. Aunque, y no hay mal que por bien no venga, que esta prohibición ha servido para unir a los taurinos.
Sin ninguna duda, como demostró Marín en Íscar el sacrificio del torero no tiene nada de teatralidad, de truco, de mentira. Es la verdad cruda, pura y dura. Debajo del traje de luces hay una persona que se sacrifica las veinticuatro horas, que debe sentirse torero en todos los momentos, los agrios y los gustosos; los sangrientos y los triunfales; ante las alegrías y penas, fracasos y éxitos. Por eso esta profesión es única e irrepetible en la vida de cualquier persona.
Ahora cuando los premios de Íscar van a ser entregados y fallados el próximo mes de Noviembre, las mientes me traen el recuerdo de ese espigado torero barcelonés, amable, a quien he estrechado la mano en más de una ocasión, su lucha, su brega y su disposición para hacer de la Fiesta el centro de su vida y fomentar el mundo del toro allá por donde vaya, sin mayores alharacas, sin estridencias ni ruidos pero constante, como un martillo pilón. Gracias por todo, Serafín, ánimo y ¡hasta la próxima temporada!.
Fotos: FTValladolid.-Fermín Rodríguez Sánchez
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