Cuando un torero viste un terno de tabaco y oro para salir a la plaza, suele entenderse que el diestro ha alcanzado una cota de interés e importancia entre aficionados y de madurez y sentido en su propia creencia, de tal manera que aunque la paradoja del dicho cervantino: «un palo vestido, no parece palo» y que el hábito no hace al monje, etc, etc…él mismo entra ya a formar parte de los elegidos y significativos hombres que han absorbido totalmente las esencias de la Tauromaquia, habiéndolas incorporado a su propia vida, a su misma existencia.
De tabaco y oro es el color del terno de la madurez, casi de la plenitud, de la seriedad, entrega y oficio conseguido. Es ese marrón de cigarro puro junto al brillo del oro y las lentejuelas, bordados a veces en azabache haciendo juego y composición pictórica atrayente a la vista, respetable a la impresión, como el color de superación de los miedos, de significativa honradez con uno mismo y con sí mismo como ser humano.
Y así aunque la torería, el desparpajo, la alegría, la dedicación, el triunfo y la gloria traen consigo la satisfacción plena de un hombre que se dedica a ser torero, héroe, noble y honrado, casi todo se refleja en el color temporal con el que acompañará e ilustrará su faena ante las astas de un toro bravo. Por eso, el afán de superación debe ser constante, la preparación ardua y exigente, el ánimo templado, la dirección noble y leal, para que todo se conjugue a favor de la obra.
Vestirse de tabaco y oro crea una impronta en el mismo torero que debe asimilar e incluir en su misma exigencia.
De ahí se demuestra que el color, como el color litúrgico de la Iglesia, es de una simbología especial que debe ser conocida por todos: Verde, la esperanza; rojo, el sacrificio; catafalco, el luto; azul, la pureza; blanco, la belleza… Así el traje de torear tiene su simbología extraordinariamente incardinada en la actuación que lleva a cabo un torero en esa tarde de esperanza y fe por lo que va a realizar enfundado en ese gris perla del encuentro y abrazo consigo mismo ante lo indómito de la fuerza bruta y animal de la naturaleza que debe ahormar, poder, templar y mandar. Es su destino vital y él lo sabe. De ahí su entrega pasional y sin resquicios en su vida al arte de torear.
Fotos: José FERMÍN Rodríguez
Deja una respuesta