Y eso que la corrida fue televisada por el canal de pago, con lo que muchos aficionados habrán podido comprobar la incertidumbre de una sangre brava con fenotipo saltillo que hoy ni han permitido ni han sido dechados de bravura en el coso del paseo de Zorrilla. Eso sí todos ellos han estado bien presentados, en el tipo, cinqueños, con hocico de rata, de pelaje cárdeno más claro o más oscuro, pero todo el encierro sin romper, sin abrir el melón de la bravura, salvo el cuarto de la tarde de nombre «manerías» de 524 kilos de romana que fue aplaudido en el arrastre y que propició que Antonio Ferrera nos diera a los espectadores una lección de poderío, torería, saber estar, arrojo y colocación. Además ganándose el jornal merecidamente por su esfuerzo.
Los demás, casi nada entre dos platos. Y eso que todos estaban esperando el acontecimiento porque veían unas reses de las que poco o casi nada estamos acostumbrados a ver por esas plazas de Dios. Desde luego con estos toros, no se puede cantar ni un fandanguillo mientras se les torea, pues hay que estar con los cinco sentidos, centinela alerta no me rebanes.
Y encima en las afueras de la plaza la sirena cansina y las voces antitaurinas, inmisericordes con los vecinos de la zona que se echan la siesta y que algún día bajarán a darles estopa ya que la autoridad les permite el ruido y la escandalera por aquel prurito del derecho democrático a manifestarse, y soportando decibelios e insultos que ni la autoridad evita o regula, inhibiéndose de su función. Con lo que la corrida transcurrió en una tensa espera, viendo cómo los tres diestros se fajaban con los albaserrada de Adolfo Martín, esperando que llegara el momento de la emoción, de la torería, del temple y del dominio que no llegó.
Algún detalle en el recuerdo, como los pares de banderillas de la cuadrilla de Castaño, conformada por tres toreros bragados y que saben el oficio como son Adalid, Fernando Sánchez,» ¡torito, mírame!», y Marcos Galán. La extraordinaria vara colocada por Héctor Vicente, el picador de Joselito Adame, al sexto, un pavo cinqueño largo en toda regla, la faena completísima y el oficio de Ferrera al cuarto de la tarde, el mejor del encierro, y un par de banderillas por los adentros antológico, la voluntad del mejicano, el pasodoble interpretado por la Banda de Íscar, rompiendo el, aire con su armonía y la muerte del primero tras la media estocada efectiva de Ferrera que, además estuvo en director de lidia generoso y atento al prestar su capote a Joselito Adame que había sido desarmado por el burel. Y poco más, salvo la «caló» de las piedras del tendido en salva sea la parte que hizo gritar a un espectador dirigiendo su improperio a Javier Castaño cuando lidiaba el segundo de la tarde «¡Arrímate un poco!» y lo malo es que no le faltaba razón al personaje. El mejicano Joselito Adame puso voluntad pero poco más pudo hacer ante la cortedad de la embestida de sus oponentes y encima pasó un quinario con la espada.
Media plaza escasa, muy escasa, de espectadores se dio cita en el Coso del paseo de Zorrilla para la primera de las corridas de toros anunciadas para esta Feria como de marcado carácter torista, por aquello de lo que dicen y piden muchos aficionados, pero que a la hora de la verdad ni se tradujo en asistencia, ni hubo momentos de triunfos soñados, ni espectaculares embestidas de toros bravos, ni faenas acordes con lo que debe ser la fiesta de toros, pues si con un adjetivo hubiera que calificar lo visto en el festejo de esta tarde en el cuidado coso de Valladolid éste no sería otro nada más que insulso.
Los toros de Adolfo Martín han muerto todos con la boca cerrada, han embestido con la cara alta, en general, han sido inciertos, justos de fuerzas y mansotes dos de ellos, dos bravos y nobles y dos flojos, para que luego digan que en la variedad no está el gusto.
Fotografías: José SALVADOR ALONSO/ Jesús López
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