Que una mala tarde la tiene cualquiera es evidente. Y hoy los toros de Valdellán lidiados en Sahagún, salvo el mejorable «carterista» que abrió plaza, premiado en exceso con el pañuelo azul por un palco más que generoso, y cuya lidia y muerte correspondió al francés Juan Leal, estuvieron como el resto del encierro que adoleció de flojera de remos y escasez de fuerza, aunque con nobleza en sus embestidas. La única virtud si eso puede llamarse así en un toro bravo.
Lástima que, como dice el Evangelio en palabras del Señor: «Nadie es profeta en su tierra«. Y hoy los toros de Santa María del Río que pacen silencios en la dehesa del cenobio de Valdellán no han dejado su divisa y pabellón ganadero en lo alto del mástil de la bravura, encastada y dura como eran hasta no hace tanto tiempo.
Decepción por tanto tras la corrida de hoy en honor a San Juan de Sahagún que volvió a gritar el «tentenecio» en su coqueta plaza de toros en un tarde de luz, sin demasiado calor y ausencia de viento, condiciones más que favorables para la práctica del arte de torear.
Y vamos allá con la crónica que se nos va la especie y tampoco es cuestión de armar demasiado ruido.
Tras el paseíllo se guardó un minuto de silencio por el fallecimiento de Paulino “el Chivero», un personaje de la localidad. Las Peñas estuvieron presentes en el graderío con sus charangas y alegrías, poniendo la nota colorista en el tendido que se llenó en sus tres cuartas partes de aforo.
Juan Leal instrumentó lances de recibo al «carterista«, marcado con el número 28, de pelo negro, el cual metió bien la cara y al que castigaron con dos en una en varas. Empujó el ejemplar de Valdellán pero adolecía de fuerza, parecía dolido de los cuartos traseros. Se dolió en banderillas, derrotando y echando la cara arriba a los dos pares de rehiletes que le colocaron, pues sin entrar el tercero se cambió el tercio.
Leal al natural instrumentó una serie aceptable pero por la derecha las fuerzas justas no permitían ligazón en la faena. Tras propinarle una estocada entera le dieron las dos orejas y el Presidente puso el pañuelo azul a la vista en el palco. Un premio más que exagerado tanto para el toro como para el torero.
Ante el cuarto de la tarde, un cinqueño de nombre «mirasuelos«, atracado de kilos, al que dieron una sola vara, Leal brindó al público su faena. Lo intentó con ambas manos el francés pero la flojera del animal y la inutilidad fría en su obra quiso atropellar la razón y el toro lo arrolló de mala manera. El diestro enardece al público volviendo con gesto de rabia ante la cara del toro y desplantándose ante el animal antes de perfilarse para matar. Una estocada caída sirve para enviar al desolladero al de Valdellán.
Una muy escasa petición de oreja produce que una mujer que acompañaba al Presidente en el palco sea quien exhiba el pañuelo del premio, otorgando la oreja que paseó alrededor del anillo.
A José Garrido se le notó la pérdida de sitio tras el percance sufrido en Madrid y que hoy reaparecía en Sahagún. «Castizo» que así se llamaba su toro humilló bien ante los lances de Garrido y propició una pelea en la única vara que le recetaron. El matador pidió el cambio y con dos pares de banderillas de las que quedaron clavadas tres, de nuevo se cambió irregularmente el tercio. Garrido no tuvo su tarde y eso que brindó al público la muerte del toro. La faena de muleta, un pan sin sal. Tras pinchar varias veces consiguió una estocada caída y el respetable silenció su labor.
Ante el quinto, por aquello de no hay quinto malo, un ejemplar de 550 kg de peso lo saludó bien con el capote, pero luego fue horriblemente lidiado tanto por la cuadrilla como por el varilarguero, concluyendo este «mirasuelos2» con un volteretón de saltimbanqui que acabó de desgraciarlo. Se cambia el tercio sin suerte de varas ni de banderillas, pero Garrido dio tiempo a que se recuperara el animal. Lo toreó a media altura y la banda de música se arranca con el pasodoble. Garrido intenta meter en el canasto de su muleta al toro y éste le arrea un tarantatán que lo zarandea de mala manera, temiéndose una cogida espeluznante por el tiempo que estuvo a merced del toro. Vuelve sin chaquetilla y tras ser atendido por los compañeros a ponerse delante, enardeciendo al público que se lo agradece con una gran ovación. Pero el toro es ya un marmolillo de embestida y queda parado. Tras un pinchazo y media recibe el aviso con lo que hubo de descabellar. No obstante el palco, con petición escasísima del público, le premió con una oreja.
Y completaba la terna Manuel Diosleguarde, sin suerte esta tarde en Sahagún. Lanceó a «hechicero» en cuya lidia se incumplió de nuevo la disposición reglamentaria del tercio de banderillas. Puso de su parte el salmantino su decisión, pero se estrelló con la escasez de fuerza del morlaco. Tras sufrir una colada por la izquierda, consiguió al cambiar de mano los mejores pasajes de su faena. Pero los aceros le jugaron una mala pasada, recibiendo un aviso por la demora en doblar el toro. Silenciada su labor. Y en el que cerraba plaza, «paquino» de 510 Kg. propinó un excelente saludo capotero con una estética verónica, rota en los aplausos al sufrir el desarme en la continuación. El toro, flojo y sin fuerza, tardó en doblar con lo que el aviso llegó al atardecer de aquel día para olvidar.
En resumidas cuentas. Una corrida que decepcionó al aficionado que antaño gustaba de ver el juego de estos toros leoneses, bravos, enrazados, encastado y duros y hoy se han convertido en ejemplares carnosos, nobles sí, pero sin nervio ni emoción. Y cuando eso falla, falla todo. Por fallar, falla hasta la fiesta.
CORRIDA DE TOROS. SAHAGÚN
Toros de Valdellán. Bien presentados, cuajados y con kilos. Bajos de raza y con las fuerzas muy justas, pero nobles. El primero premiado inmerecidamente con el pañuelo azul.
Juan Leal, dos orejas y oreja.
José Garrido, silencio y oreja.
Manuel Diosleguarde, silencio y silencio.
Reportaje gráfico: José FERMÍN Rodríguez.
Javier Fernández Cisneros dice
Lo de no hacer tercio de varas y banderillas una de las muchas aberraciones que se cometen en esas plazas de Dios, Pena