Y luego dicen que la gente no se lo pasa bien en los toros. Menudos hornazos de merienda llevaban algunos de los espectadores que hoy han acudido al coso de la Amargura de Zamora a presenciar la tradicional corrida de San Pedro. Y por aquello de que los duelos con pan son menos, algo así podría decirse del bagaje de seis faenas, seis, hechas por los diestros toreros, con ánimo de agradar, sí; con esfuerzo, sí; pero con un muy escaso bagaje artístico y ello pese a que tocaron a oreja por coleta los maestros del cante. Quizás sería porque vimos la corrida casi al lado del palco número 2 y desde allá arriba las cosas se ven de otra manera. Se lidiaron cuatro toros de Mari Carmen Camacho, uno de Hermanos García Jiménez corrido en segundo lugar y otro de Yerbabuena, un zambombo que cerró la corrida como sobrero del titular que se descordó en el primer tercio de la lidia, quedando prácticamente inválido de los cuartos traseros.
Los de Camacho grandotes y cansinos, bien presentados. con poca raza y escasos de fuerza; el de García Jiménez, un «carcelero» de 500 Kg. noble de aprendizaje rápido y el de Yerbabuena, un «fosforero» feo y grandón de 580 Kg que sustituyó al «peluquero» estropeado pero que recibió dos varas de castigo, luego ahí estuvo embistiendo a ratos pero sin acritud, como dicen los cursis.
Se oyeron gritos de ¡torero! ¡torero! desde el graderío de la solanera cuando uno de los torileros intentaba arropar al inválido devuelto por el Presidente con los mansos y provocó tres arrancadas del morlaco que a punto estuvo de causar un disgusto al atrevido muchacho quien con una varita de fresno intentó acercar al animal a la puerta del toril. Que entrara fue imposible y un subalterno de la cuadrilla del Cid apuntilló a la res junto a la tronera de un burladero, haciéndolo al primer intento lo que provocó el aplauso de la concurrencia.
Y vamos a la corrida en sí, no sin antes contar que ha sido descubierto un azulejo a la memoria de Manuel Martínez Molinero, fundador de la primera escuela taurina de Zamora, por muchos de los que le conocieron personalmente y en agradecimiento por el esfuerzo hecho para dotar a Zamora de una escuela taurina que hoy está desgraciadamente desaparecida. Entre otros estuvieron Pascual Mezquita; Félix «El Regio» y el maestro Joaquín Bernardó. También estuvieron presentes alumnos como Jesús Pérez «El Madrileño», Martín Arranz, alumno primero en Zamora y cofundador de la Escuela después en Madrid, o Iluminado Menés, mayoral de la plaza de la Escuela de Madrid, J. Luis Maderal, Tito Guerra, los hermanos Peresque, Emilio del Río y Felipe «patata», impulsor del homenaje, padre del policía guardián y responsable del callejón de la Plaza, que no me permitió pasar a las dependencias del coso para realizar mi labor profesional, al no contar con papel de autorización en mano. Yo no sé si con tantos capitanes en los barcos, éstos pueden navegar con diligencia y prontitud, dando un significado más profesional y auténtico. Es verdad que el número de personas que se apiña a la entrada para ver a los toreros, para entrar si pueden en la plaza de baracalofi a ver los toros sin hacer nada por ellos a cambio, o a esperar la llegada de quien dice tú para dentro y tú para fuera, cada vez es mayor y ojalá algún día cambie el método. Cierto es que hay que comprender la situación de las Empresas que se juegan su dinero y a veces, tienen que echar mano de personas muy variopintas y diversas para realizar una función complicada y difícil, cuando amigos, políticos, amigos de los políticos, taurinos y aficionados acuden a ver una corrida a la plaza de toros. Máxime ahora con el aumento de medios de comunicación que solicitan acreditarse para escribir, fotografiar o filmar un festejo de toros. Pero vamos a la cuestión que interesa.
Y hoy llegaron El Cid, Leandro y Fandiño a dar su arte torero al público de Zamora, una gloria bendita de aficionados que hasta aplauden a un toro en el arrastre que se rajó en varias ocasiones a lo largo de su lidia, pero todo tiene una explicación a mi juicio. Cada uno ve los toros y los condiciona a su manera.
El sevillano Manuel Jesús El Cid abrió plaza con un marmolillo de toro, que además daba cabezazos al final de cada muletazo, toreándole con cierta soltura con la mano derecha. Una estocada fulminante acabó con la vida del ejemplar y los pañuelos en el tendido hicieron que el Presidente, casi a última hora, decidiera premiar con una oreja al de Salteras. Donde me gustó más el Cid fue con «napolitano» dándose el arrimón, provocando la embestida cada vez más apagada del animal. El Cid destapó un alarde de valor y exposición de los alamares pero el toro, parado, no hizo por el diestro. Una media perpendicular y el golpe de descabello mandaron al desolladero al ejemplar de Carmen Camacho.
Y llegó Leandro, al que se quiere en Zamora como propio, pues no en balde Leandro tuvo sus orígenes como torero en Toro. Destacable la faena por bajo, con la rodilla flexionada, enseñando la embestida del «cosechero» de 500 Kilos de los Hermanos García Jiménez, con más movilidad, pero que no tuvo continuidad en la faena al darle un susto por ambos pitones. Montó la espada y logró un pinchazo hondo y tendido, precisando dos golpes de descabello. Ante el «patatero» quinto del hierro titular, recibió un golpe de una de las banderillas, del que se repuso enseguida, tras acercarse a recibir el agua milagrosa del mozo de espadas, la toalla y la ovación del público. Aquí toreó muy bien Leandro con ambas manos, acompañando la embestida, girando con torería y dando temple a su faena. El público estaba con él, pero de nuevo la espada, ¡ay la espada, Leandro! le jugó una mala pasada al pinchar arriba, recetarle media estocada y golpe de verduguillo. No obstante la petición de nuevo trajo otra oreja para el esportón de Leandro.
Y Fandiño que tampoco estuvo acertado con los aceros, pese a sus dos faenas que fueron ambas de más a menos. En el tercero de la tarde comenzó la faena dando un pase cambiado en el centro del ruedo sin mover los pies, pegados a la arena. Luego, el vientecillo de la tarde que le obligó a mojar la muleta y a buscar el abrigo de tablas y papeluchos para seguir con su faena, se fue difuminando en el atardecer zamorano. Al noble «canalejas» de 500 Kg de papo y romana fue al que cortó una oreja el diestro vasco por su trasteo voluntarioso y valiente. Y al grandón de Yerbabuena, sobrero, le hizo la única faena que pudo con las dos manos, por la brusquedad del animal, muy escarbador que, pese a todo, fue el único de los del encierro que recibió dos puyazos, empujando a la caballería.
En resumen, toreo a cuentagotas el visto esta tarde en Zamora por la feria del ajo, que ya no repite, aunque mañana será otro día.
Fotografías: Arturo Delgado Ballesteros.
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