Lo de hoy en Madrid de Diego Ventura ha sido épico y grandioso. Soberbio, lleno de vitalidad y esfuerzo de un rejoneador que ha llegado a la cúspide del arte de Marialba con un trabajo de sacrificio y cariño con sus caballos aupándose, no ya en el número uno del escalafón que eso a veces es más cuestión de estadísticas y gustos, sino en la cúspide del arte de torear a caballo. Perfección conjunta del centauro en la plaza a lomos de sus fieles, domadas e instruidas cabalgaduras.
Diego Ventura ha pasado lo suyo una y otra vez, en ocasiones por culpas ajenas y otras por él mismo y su integridad como torero a caballo. Incluso se ha llegado a criticarle el que los aficionados que no pudieran estar en Madrid vieran por la pantalla de televisión la gesta de encerrarse en la catedral del toreo con seis toros de diversos encastes y ganaderías. Duro para quienes esperaban verle. Posiblemente una decisión difícil del caballero rejoneador a quien el día anterior le hicieron el reproche por no permitir las cámaras y retransmisión de su encerrona en la madrileña Ventas del Espíritu Santo.
Hoy, es lo que importa, otra puerta grande sacándole los porteadores en volandas hasta la calle de Alcalá y él con la sonrisa del triunfo, la alegría del deber cumplido y la satisfacción por cuantos han estado a su lado tantas y tantas veces. Con eso, creo que es suficiente. Diego Ventura, caballero rejoneador, tiene en sus venas la sangre de un torero de época inolvidable y de muy difícil sustitución. Grande, muy grande Diego Ventura. Gracias, maestro.
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