La división en todos los sentidos, la falta de unidad, los diferentes criterios que unos y otros barajan para salvar la fiesta de toros del marasmo en el que se encuentra, con altibajos y circunstancias duras y complicadas que la tienen poco menos que proscrita con el silencio de los corderos, se hace más que evidente cada día que pasa. Vamos a explicarnos.
Hace un par de días en la plaza peruana de Acho, Lima, comparecían Julián López, El Juli y Andrés Roca Rey para despachar una corrida de Domingo Hernández, Garcigrande, escurrida y de presentación escasa en cuajo y pitones, flojos y con «pase misí» de la suerte de varas, por las imágenes recibidas. Sin embargo la plaza estaba a rebosar, con lo que la cuenta de resultados de la mercantil organizadora tenía razones más que suficientes para quedar satisfecha de lo realizado. Otra cosa son los puristas, críticos que saben de esto, lo aman y quieren que se respete hasta el extremo la esencia de lo que es la Fiesta de toros, con el principal protagonista en el ruedo, el bravo toro de lidia, convertido casi, casi, en un animal pseudo amaestrado y hecho para las idas y venidas, con nobleza y sin extraños, ante la muleta del torero. Y el público , aficionado que conoce los entresijos de la lidia, comprende su sentido y se emociona con ella, cada vez es más escaso. Como decía el de Ubrique: «Si los aficionados en una corrida caben en un autobús«. El resto, el público que paga su entrada y que acude para entretener un par de horas, verse y ver a unos y a otros, fumarse un puro o tomarse un cubatita y charlar con una chica guapa de al lado, aplaudir, gritar, silbar al Presidente y al picador y llenarse las pupilas de luz y colorido, sale del espectáculo y espera el siguiente.
Ha llegado el soplo de bondadosa complacencia a los tendidos, escondiendo la realidad de la vida, la dureza, el aplomo, la fuerza que significa enfrentarse a la muerte cada tarde y tenerla presente con los momentos ahora de lucida fiesta de sonrisa y casi sin sangre por aquello de la repugnancia tolerada y asumida por tantos y tantos, metida con calzador un día y otro por medios de comunicación suaves y dulces con lo que les interesa y duros, interesados, críticos acerbos y machacones con quien desean derribar o erradicar.
El esfuerzo de verdad, el que se entrega por una causa, parece que ahora tiene poco premio, poca valoración, escaso sentido. Menos mal que siempre quedan apóstoles en la comunicación aunque sean contados casi con los dedos de una mano que dicen con racionalidad, sentido y dedicación lo que sucede y ponen en la verdad del cuento hasta su propia proyección, ascenso y modo de vida. Eso también es honor en sus personalidades.
Trabajan los ganaderos, se mueven los destinos de las personas alrededor del ruedo imaginario de las contrataciones, del modo de ganarse la vida. Se esfuerzan en la preparación los toreros, esperando la llamada que, en más de una ocasión, casi nunca llega, y pasan los días y el tiempo viviendo de una quimera vocacional que no acaba de romper el velo de su propia existencia. Los equipos de representantes hacen números y cábalas para reseñar, preparar, compensar, cuadrar las cuentas y los despachos y teléfonos marcan números de silencios y desengaños. Y el público viéndolas venir y hasta la próxima.
Y siempre, por encima de todos, estará el toro de lidia.
Esa es la razón fundamental de toda esta fiesta queramos aceptarlo o no.
Fotografía: Andrew MOORE
PEPE LUIS dice
Es muy importante el valor didáctico que debieran tener las crónicas taurinas. Valorado lo que se hace bien y criticando duramente lo que se hace mal, al propio tiempo que se explica por qué. La valoración de las faenas también debería ser comparativa. A veces tiene mas mérito un saludo desde el tercio o una vuelta al ruedo que cortar una oreja. Nunca entendí que una corrida como la que se comenta de Garcigrande se llevará a América. ¿Que tenía de especial? Nada. Al contrario, ha dejado en muy mal lugar al toro bravo español.
Otra forma de empujar hacia abajo a la Fiesta.