La corrida de ayer en Vistalegre fue una llamada otra vez a lo distinto, al reconocerse la esencia de un genio hasta para recoger una bronca. Seguido el festejo por televisión ante la imposibilidad de acudir a verla en directo, fue todo un cúmulo de sensaciones, blancas y tintas, como la calabriada del tiempo.
José Antonio Morante de la Puebla es no ya Paquiro redivivo sino él mismo, en naturalidad, espiga, grano, fruto y paja, todo a la vez, integrado en la fuerza y las astas de un toro bravo. Es el arte de torear único, metido dentro del sentimiento conformando ese engrudo de genialidad y sentido hasta en lo profundamente huidizo y rechazable.
Sonaron aplausos y pitos, pero al marcharse de la plaza, su personalidad llenaba la pantalla, esa silenciosa manera elegante y señorial de decir: ¡volveréis a verme! porque Morante ayer fue otra vez Morante, personaje ejemplar único e irrepetible de una época de esas con que nos obsequia a cuentagotas la vida del arte de torear.
Aguado, compostura, quietud, sin poderío profundo en su actuación.
Y Ponce, el ayer, la genialidad pervertida y superada por el tiempo y la impotencia.
Y los toros de Juan Pedro, nobles pero sin casta, ni bravura decisiva y deseada de otros tiempos.
(Foto: CULTORO)
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