Mala cosa es que un aficionado se aburra después de casi tres horas de festejo y no deserte en días sucesivos de acudir y lo que es peor de ni prestar atención a una nueva jornada de la feria de Sevilla.
Ayer el aburrimiento, el tedio, el fracaso y la inutilidad de la sangre brava por unos toros confeccionados a la medida, como si esto del genotipo de los animales de lidia estuvieran en la mesa de taller de un sastre para arropar las ganas, la compostura, el arte y la estética de los toreros, fueron notas más que dominantes de la tarde. Algo pasa en la sangre de los animales que ayer fueron enrazados, duros, codiciosos, fuertes y de embestida ansiosa y hoy se han quedado en fachada y poco más. Las patas no sujetan un pase dominador, un brusco cambio. Las varas señalan únicamente el picotazo en la pelota de los toros, sin profundizar demasiado no vaya a ser el demonio que nos quedemos sin toro… La lidia quiere ser espaciada, despaciosa, tranquila, sin apreturas ni prisas, ni miedos, siempre de cara a la galería y a la admiración inmediata pero casi sin consistencia alguna.
Nos hemos embaulado toda la Feria de Sevilla y salvo contadas excepciones de algunos toros más o menos controlados en su empuje, la bravura está en auténtico y fatal trance de desaparición. Eso sí el aplauso ha resonado con estruendo, a veces a límites más de escándalo que de agradecimiento por lo hecho y puesto en escena por un torero, dando galardones que no dicen nada, una vez pasado el trance de la tarde.
Sevilla sin embargo ha tenido respuesta en el tendido en más de la mitad de las jornadas de programación, con llenos admirados y admirables, con lo que la cuenta de resultados ha completado ciclo para no perder demasiadas plumas en el envite por la mercantil organizadora. Pero el espectáculo en el magnífico escaparate sevillano, ¡ay el espectáculo!, ha tenido más de aburrimiento que cualquier otra cosa.
Foto: Javier FERNÁNDEZ CISNEROS
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