En muchas de las charlas que los aficionados, peñas taurinas, agrupaciones y sociedades realizan cuando la temporada descansa, bien es verdad que este otoño de invernal tiene más de primavera y sequía que de cualquier otra cosa, hablan y no paran de los llamados encastes minoritarios así como del «acomodo» de los toreros a los «mayoritarios», con el toro más dócil, elegido, perrillo obediente y sin malicia, un sansirolés de la bravura para entendernos. Y llegan a la conclusión que el ramillete de las figuras, los grandes, quienes tiran de los carteles y de la publicidad propagandística y en consecuencia los que consiguen que los tendidos tengan un aspecto menos desangelado y triste en tarde de toros, están acomodados, felices y contentos por disponer de ese tipo de toro que, ojo, a la postre también hiere aunque con menos exigencia en cercanías y errores y no permiten que el resto, la pléyade de varillas de compañeros que integran el abanico torero español, dé aire también a su profesión.
El acomodo torero puede parecer, y de hecho así es, una realidad. Nadie quiere malos tragos y mucho menos salir a una plaza a jugársela con verdad y galanura. De ahí la petición de toros más dóciles, pastueños, de acometida tan solo al trapo rojo, reguladas apacible y fraudulentamente sus defensas y sobre todo medidas sus escasas fuerzas en un picotazo leve y sin repetición. Con el ejecutar la quintaesencia del arte y de la postura, basta y sobra.
Luego hay otros compañeros, diestros toreros también, de esos que ocupan lugares más distantes del contrato y del recurso que deben pechar con el «minoritario» y con lo que les pongan encima del albero. Y si no que se lo pregunten a Joselillo, por poner un ejemplo de un torero cercano a Valladolid que anda el hombre bregando siempre con la más fea: Dolores Aguirre; Prieto de la Cal; Escolar; Murteira…Vamos lo que las figuras quieren para poner casi siempre una pica en Flandes, pero la verdad para servirle menos de lo que debiera.
Pero no solo hay que hablar del acomodo torero, también del acomodo ganadero forzado muchas veces por las circunstancias, pues nadie tiene en su haber mejor dedicación y mayor amor que criar un toro de lidia para luego mandarlo al matadero si no lo lidia en el tiempo establecido, tras criarlo, cuidarlo, sanearlo y alimentarlo durante cuatro o cinco años. Ganaderos que crían y seleccionan los toros en función de las modas y apetencias de los toreros que van a lidiarlos, dulcificando su acometividad, su raza, su genio, su mala leche, por embestidas pastueñas, repetidoras, incansables. Porque en caso contrario se quedan con las camadas en la finca y eso no puede aguantarse demasiado tiempo en una economía ganadera insostenible.
Y por último el acomodo del público que cada vez anda más acostumbrado a considerar la corrida como un sitio de mostrar al de al lado lo feliz que se es con un cubata en la mano, un puro en la boca, y si es posible, una compañía bien presentada. Ah! y algún añadido además si eres amigo o conocido del empresario, si es posible acceder de baracalofi al tendido, gratis total.
Por tanto aquí el acomodo es de todo quisque. Algo así como en la misma vida que hace fomentar al egoísmo provechoso más que la heroicidad de quien sube con su trabajo honrado y esfuerzo a la cima.
En consecuencia, terminar con el acomodo es una tarea ardua y que se presta a muchas desazones y disgustos, pero creo que acabar con él serviría mejor a la causa que tanto queremos, amamos y respetamos, como es la Fiesta de los toros.
Foto: José FERMÍN Rodríguez
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