Sitios que sirven de encuentro, de engarce, de continuidad para el hoy y el ayer dan razón de vida y sentido a la conservación de las ideas de gloria y valor. Tal sucede todavía en una plaza de toros. Por eso la gente acude en sus horas de diversión buscando que no le fatigue en su ruda imaginación ni estorbe en manera alguna el orden de sus ideas.
En la plaza de hoy hay un espectáculo que excita el deseo de ser fuerte y valeroso, nada de inhumano ni sanguinario, pues el triunfo y la gloria de sus participantes no se cimenta en el vencimiento o la muerte de otro hombre, sino en el de una fiera atrevida, poderosa y peligrosa y siempre con emulación y fraternidad que aseguren el aplauso y el triunfo. Pero al igual que ayer cuando se muda el amor a la verdad, única base del saber, por el amor a las disputas y opiniones extravagantes, a odiarse y a manifestar todos aquellos elementos que tienden a la destrucción de los pueblos, es cuando la independencia se hace insostenible.
La plaza de toros es el lugar, el sitio, el enclave en donde radica gran parte de la influencia sobre las costumbres que están al lado y van parejas a los momentos de la existencia. De ahí el sentido de su permanencia. Pero cuando la ignorancia se enmascara con las apariencias del saber para intentar manejar los grandes negocios y todos nos creemos con iguales méritos, la sociedad se desploma y quedan sepultados entre sus escombros los vanos proyectos.
Continuamente, y así lo vemos y comprobamos cada día, la lidia de toros experimenta severas censuras continuamente y las acusaciones más escandalosas. Sin embargo, hay otro grupo más o menos numeroso, más callado y menos aguerrido aparentemente que dibuja la excelencia del arte de torear con sus reglas, normas y fundamentos. Dos mundos encontrados, contrapuestos, enemistados. Uno acusa de fiesta sangrienta al otro y este reclama perfección y respeto, nunca prohibición. En fin, la sempiterna dualidad del ser humano.
Las ideas fluyen, vagan, corren de una cabeza a la otra. A veces se adoptan libremente, otras nos las imponen por grado o por fuerza. Pero los hechos son tozudos, tanto ayer como hoy y seguramente mañana pues todo está en un mismo saco temporal. Y mientras los coliseos, los recintos, los lugares escogidos, elegidos, apreciados, olvidados o sustituidos siguen recibiendo a esos grupos de personas que buscan apoyar con su aliento, aplauso o grito de pasión a un hombre enfrentándose a un toro de lidia en el resol con alamares y seda de colores.
El ayer y el hoy siguen vivos todavía.
Fotos: Pablo Alonso y Jesús López
Deja una respuesta