Francisco Cano Lorenza, un hombre bueno y trabajador que ha dado la difusión y medida a la fiesta de los toros con su máquina de retratar, recogiendo acciones de los diestros, personajes en los tendidos y momentos cumbres para la historia de la tauromaquia cumple en unas horas, el día de San Graciano cien años. Ataviado con su gorrilla blanca, tocado de cabeza singular y propio del inconfundible Cano, el hijo de «rejillas», cumple un siglo de vida desde que viera la luz allá en su Alicante querido.
Raro es el medio en donde sus instantáneas no han aparecido: Marca; El Ruedo; ABC; Aplausos…Significativa aquella testifical gráfica de la tragedia de Linares, con el rictus y gesto de dolor y muerte captado en la cara de Manolete, tras la cornada de «Islero» ese toro de Miura que abrió la puerta de la leyenda a un torero cordobés, alto y espigado, revolucionario de la fiesta, aquel infausto día en que se celebran las fiestas en honor a San Agustín.
Aún recuerdo la amabilidad con quien compartí hace un par de años la Feria de Santander y especialmente el tendido aquel día mañanero en el coso de Cuatrocaminos cuando varios muchachos de las escuelas taurinas se las medían con unos novillotes que la empresa municipal les echó al ruedo. Él me ofreció patatas fritas que comía de una bolsa con delectación y hablamos de toros y de recuerdos vividos por él, diciéndome, al saber que yo era de Valladolid, que nunca había estado en la feria de la ciudad pucelana, por coincidir con la de su otra tierra, Murcia, y preferir estar más y mejor al lado de un clima cálido que junto a uno frío y desapacible como el vallisoletano, pero que le gustaría acudir algún día a ella. Al puntualizarle que en estos momentos, tras el cambio de las fechas al haberse desde hace ya unos años adelantado las fiestas con muy buen criterio alrededor del 8 de septiembre en vez de celebrarlas por San Mateo, cuando el tiempo es más apacible y sereno, Cano me contestó que si tenía salud, acudiría algún día a Valladolid. Luego llegó la caída de agosto en Bilbao, la operación, la convalecencia y que los huesos del mejor fotógrafo taurino ya no tienen la elasticidad que tuvieron. No obstante, en ello andamos.
Muchos reporteros gráficos dedican también, como Cano, su afición y trabajo a plasmar y recoger en sus daguerrotipos las instantáneas. El amplio abanico en la actualidad de hombres y mujeres que con una cámara de retratar en bandolera, se acercan a los festejos de toros para plasmar la acción, el momento y la situación de los toreros, es muy generosa en estos momentos, profesional y bella por arrobas. Por eso él, viejo centenario del clic y la sonrisa, de la imagen captada del torero, del toro o del personaje, está reconocido más que suficientemente por todos cuantos de una u otra forma dedicamos la vida a escribir o hablar de toros. ¡Felicidades, maestro!.
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