Sobre el papel prometía y así se anunció a bombo y platillo la primera, y seguramente última, edición del «tronío y trinchera» a favor de ASPAYM con un mano a mano con los diestros Luguillano y Leandro y la presencia de dos cantaores de primer orden como Pitingo e India Martínez y amenizado el espectáculo por la orquesta sinfónica joven de Valladolid, en el ánimo de renovar y reformar y buscar soluciones a la crisis que viven los festejos de toros, pero en la realidad pareció como si a un antitaurino se le hubiera ocurrido dar al traste con el siempre bello espectáculo clásico de los toros, dando pesadez, mezcla inconexa, sosería, precio excesivo, inutilidad en una palabra que merman más el espectáculo que lo engrandecen y bien entendido que no por culpa de los protagonistas participantes en el festejo sino por la falta de rodaje y la creación de una idea con sensatez y conocimiento de lo que supone y es el mundo de los toros.
Seguramente habrá habido personas a los que el espectáculo les haya gustado, pero el aburrimiento y en consecuencia el silencio es la nota general que más domina a cuantos hemos consultado. Además la entrada que alcanzó más o menos un cuarto de plaza escaso supone que a priori, y pese a la divulgación anunciadora, ni ha interesado al aficionado, ni al público que va esporádicamente a los toros.
Primeramente, y antes de seguir con el relato, el respeto más absoluto a cuantos han intervenido en la corrida por su trabajo artístico, empezando por la organización que ideó la misma, buscando una asociación de parapléjicos y grandes minusválidos de Castilla y León (Aspaym) para destinar con muy buen criterio a la misma sus beneficios, convocando a los espectadores. Eso ha sido lo mejor de todo, lo más digno y merecedor de aplauso. El hecho de que el Director de El Norte de Castilla, personalmente entregara como representante de la misma una placa al torero Vicente Yangüez «El Chano» antes de empezar el paseíllo, dignifica la acción ya de por sí merecedora de reconocimiento.
La joven orquesta de Valladolid, perfectamente conjuntada interpretó diversas melodías antes de empezar. También el cantaor Pitingo. Y así hasta llegar a las 9,35 de la noche cuando sonó el clarín para que empezara el paseíllo, una hora después, pues se anunciaba en los carteles a las 8,30 la hora de comienzo del «mano a mano»,de la corrida de toros de la rivalidad taurina sin precedentes, y tanto, entre los dos de Valladolid.
Luego transcurrió el festejo que duró casi, casi de un día para otro, pues cerca de las doce de la noche terminó el mismo con la muerte del sexto. Y así entre la impaciencia de los toreros porque no empezaba la corrida, el nerviosismo de las cuadrillas, el silencio sepulcral del público durante prácticamente todo el festejo cuando los toros necesitan alegría, nervio, luz solar, calor, pasodobles toreros, en fin la música que se creó para ellos y no la dulzura de violines y violas aunque sonaran notas tan importantes del pentagrama de la ópera Carmen de Bizet, al arrancar los alguacilillos el paseíllo.
Remedando a Don Francisco de Quevedo aquí en la Flecha tuvimos una comida eterna, sin principio ni fin, más que una corrida de toros en la que los toreros Luguillano y Leandro, artistas de duende, hoy nos lo dieron con cuentagotas, pese a las ganas que pusieron, ante unos toros de Torreherberos y Torrehandilla, bonitos de lámina y bien presentados, pero flojos, sin chispa ni fuerza, rajándose más de uno a lo largo de la lidia en la que un monosabio dio el susto y puso el ¡ay! en todas las gargantas del tendido al ser arrollado por el quinto de la tarde tras romper en su lomo la vara del picador, caerse el caballo, y quedar unos instantes encunado entre los cuernos del ejemplar que, al menos, no cabeceó y no causó daño alguno en absoluto al muchacho.
Y vamos a la crónica taurina del festejo que por aquello de la brevedad, quisiéramos hacer a lo bueno si breve, dos veces bueno.
Luguillano y Leandro salieron con ganas ante sus toros, demostrando en varios momentos su situación, deseos, torería y esfuerzo logrando abrir la puerta grande, bien es verdad que más por generosidad de la Presidencia que por lo hecho en sus faenas ante la cara de los toros y la petición del público. Instantes puntuales, una media de Leandro de gusto y hechuras, y unos pases por bajo de Luguillano, sin olvidar algunas buenas estocadas con las que despacharon a sus ejemplares, brindis a los artistas, un quite de Raúl Alonso al último, siete orejas y poco más. Y como transcurrió así la mayor parte de la corrida, en silencio, sin nervio, ni chicha ni limoná, así lo dejamos.
Fotos y Galería gráfica: Fermín Rodríguez
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