Ha empezado la temporada veraniega y los pueblos empiezan con sus reclamos toreros a ejercer la llamada anual a sus calles y plazas a tantos y tantos jóvenes de ambos sexos que las poblaciones se ven llenas, invadidas, atiborradas, de chicos y chicas plenos de vitalidad, alegría, buen humor y afición. Es el otro toreo, el de talanquera, el de calle, el de manos libres, el del gesto, el quiebro y el toro en puntas quien llama a tantos y tantos jóvenes.
Los pueblos de Toledo, Guadalajara, Valladolid, Zamora, Cáceres… celebran sus fiestas con el rito del toro suelto por campos y plazas. Es el jolgorio emocional que atrae como el imán a las limaduras a una pléyade de jóvenes animosos y da la medida de la vitalidad de esta tauromaquia popular, seguida, apreciada y venerada por cuantos gustan de este viejo rito del lance frente a un toro bravo.
Aquí, además, es un espectáculo gratuito de manera directa aunque no indirecta. Y vamos a explicarlo sencillamente. Los espectadores tienen derecho a una entrada gratuita y libre, bien en la primera línea de talanquera, bien en la segunda o en la tercera. Todos son bienvenidos y aceptados, sean de la condición que sean. Sin embargo, el costo lo ponen los organizadores del festejo popular, sea toro ensogado, corrido, cortado, de fuego, del aguardiente, del alba, en encierro o capea popular. Y estos organizadores cuentan con el apoyo de sus Ayuntamientos respectivos, pues son a la postre dichas instituciones quienes disponen de la facultad para la organización o no del espectáculo taurino. A cambio, la hostelería, los bares y restaurantes de los pueblos perciben directamente un plus económico de consumo que ya lo querrían para sí muchos de los establecimientos dedicados al servicio público en las ciudades en donde no hay festejos de toros.
Es verdad que ahora con los cambios municipales y la llegada de personas contrarias, dicen, a la fiesta de los toros, pudiera suceder que en localidades en donde hasta la fecha se habían celebrado toros, dejen de hacerlo o reduzcan notablemente sus festejos. Aunque siempre existirá el grupo, hasta que se canse, que se dedique a la promoción de esta singular fiesta en calles y plazas, mientras la gente acuda como moscas a un panal de miel ya sea invierno o verano, haga frío o calor, para ver un lance, un corte, una carrera, un cite, una llamada, un golpe contra las tablas de un morlaco.
Solemos separar y distinguir la Tauromaquia de un aspecto formal, el denominado de montera, del popular conocido como de talanquera. Bien es verdad que cada vez es menor el abismo que las ha separado durante tanto tiempo atrás, al considerar una como la artística, la fetén, adinerada, de la gracia y la belleza frente a la otra, la pueblerina, bruta, pobre, ancestral, atávica y paleta. Y ello porque su engarce es similar, es su origen único, es lo mismo, y ambas morirán juntas o se perpetuarán al lado, íntimamente.
Muchos diestros toreros, bien es cierto que cada vez menos, se han hecho en las capeas de los pueblos, tirándose a los toros e intentando un lance de fortuna con una muleta en la mano. Esos son los que conocen la verdad del cuento, la realidad de este mundo taurino tan complicado y duro a veces y tan sencillo en formas y maneras.
Estudiar el marketing para llenar las plazas de toros y que los espectadores paguen su entrada, analizar el porqué los jóvenes no asisten en masa a las plazas, es algo que tiene de los nervios a tantos y tantos empresarios taurinos como se dedican a esto de dar festejos de ciudad en ciudad. Y la moraleja del cuento es que en los pueblos está la solución a la vista.
Fotos: José CARPITA/Patronato del Toro de la Vega
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