Más adornos excesivos es imposible acogerlos en el gran serón y esportones taurinos con cuestiones que tapan el bosque que no dejan no ya ver al otro lado sino tan siquiera pasar la luz de la alegría, de la esperanza, del renacimiento de una actividad señera, artística, honrada y grandiosa como es la Tauromaquia en cualquiera de sus manifestaciones.
Muchos de nosotros solo vemos en los brillos de lentejuelas las luces de un único aspecto taurino, la de los diestros toreros, apretando los dientes, tragando el miedo y dando lo mejor de sí mismos ante las astas de un toro bravo. Eso sí lo vemos grande y digno de alabanza y aprecio. Sin embargo hay otra Tauromaquia que en más de una ocasión es despreciada por quienes deberían conocerla a fondo, respetarla y considerarla en la justa medida de su dimensión.
Muchos que dicen llamarse taurinos desprecian, niegan, denigran y no aceptan la Tauromaquia popular cuando va a ser ésta, y a la vista de los acontecimientos está, la que saque las castañas del fuego, dé solución a su problemática y haga pervivir al menos unos años más el juego eterno del hombre con el toro en la reglada, normalizada y reglamentada en el interior de un coso taurino.
Hoy día, las palabras son muchas y las realizaciones pocas, breves y sin singularidad. La atracción es excesiva en lo popular porque dicen que es gratis y no cuesta y menor en lo profesional porque es cara y de poco provecho.
Bien es verdad, y eso no nos cansaremos de repetirlo, que la Tauromaquia, como España, es una aunque tenga varias manifestaciones diferentes, todas ellas engarzadas por el denominador común del toro de lidia, el toro bravo, el tótem, el sustento, el significado verdadero de esta actividad. No puede separarse la Tauromaquia de montera como se la llama en muchas mesas, de la Tauromaquia de talanquera. Ambas están íntimamente unidas en la historia, en el pasado y el presente y ojalá lo estén en el futuro, como más de una organización trata de hacer ver al resto con muy buen criterio.
El taurino de arte, de belleza, de singularidad, de perifollo y adorno colorista y gracioso, como las plumas del sombrero de un alguacilillo de plaza, está mecido en el viento, pero no en la realidad de las cosas, en su propia raíz original, ni en la evolución de acontecimientos. De ahí que el taurino si no comprende el por qué, al menos debe respetar su actividad, tal y como él quiere y gusta de respeto y consideración.
Juntos, pero no revueltos, abriendo las mentes y los objetivos por una causa común a todos: La Tauromaquia en sus expresiones más singulares, sin despreciar la de al lado, la que no se entiende tanto, pero que es preciso respetar y defender con uñas y dientes de los ociosos, de los políticos y de quienes en ellos solo impera la imposición a los demás de su idea por la fuerza y la algarada violenta.
Foto: José FERMÍN Rodríguez
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