Todos o al menos la mayor parte de los aficionados conocen que en Valladolid siempre ha sido sitio más que benigno para criar toros al menos en algunas de las zonas destacadas de su orografía. Claro ejemplo han dado en el tiempo Tudela Duero, las estribaciones de los Torozos, Tordesillas o Boecillo como es el caso de la que hoy traemos aquí.
Si decimos el Quiñón de Valdés a más de uno le sonará extraño pues no han sido demasiadas las reses que se han echado por esas plazas de Dios y de nuestros pueblos. Ahora bien si se menciona el Raso de Portillo entonces el nombre, por emblemático y más reconocido, nos acerca a la familia Gamazo en la que diversas personas tratan de seguir contra viento y marea en esa complicada y difícil explotación agropecuaria que más tiene de simbolismo que de otra cosa entre un mar de subterráneo de salinas, arcilla y agua, manchas de pinares y agrupaciones urbanísticas de chalets y edificios campestres.
Los toros del Raso están en un lugar entretenido: Por un lado la carretera de Madrid, abundantemente transitada de vehículos, mercancías y personas. Por otro la de Segovia, algo menos ruidosa pero también con su punto de inflexión y progreso. Lo cierto es que el ganado pasta apaciblemente en unos recovecos pinariegos como puede apreciar cualquiera que transite por la zona. Esos sitios son lugares que han quedado aislados del aparcelamiento urbanístico de otro tiempo. De manera que cuando un animal levanta la gaita para otear el horizonte o rumiar más apaciblemente en más de una ocasión se encuentra con el vehículo que atraviesa el antiguo feudo, el ir y venir de gentes por los caminos, habituándose de alguna forma al contacto humano bien es verdad que a mayor o menor distancia.
Rafael Agudo, el mayoral de la ganadería desde hace ya casi cuarenta años, tostado por el resol en su piel y siempre con la afable sonrisa en los labios, hospitalario y conocedor cuidador de la vacada de su jefe el ganadero Íñigo Gamazo repasa todos los días cuarteles y zonas para determinar el estado de las reses, paliar sus necesidades, agruparlas en el sitio designado y controlar las mismas que no se desmanden. Él sabe, como viejo mayoral de esta casa del Conde de Gamazo, que los toros del Raso son duros, fuertes, acometedores, bravos y exigentes, como tienen que ser los toros y que disponen de abundancia de agua que mana del subsuelo.
Los toros del Raso de Portillo como es su denominación también han mostrado la bravura en varias ocasiones en la pasada temporada, lidiados en Francia y en alguna de las localidades españolas en donde sus pezuñas han pisado los alberos de las plazas y el asfalto de sus calles cuando son echados en encierros y probadillas.
En el grato recuerdo siempre quedará aquella corrida de toros inolvidable por muchas razones de hace un par de temporadas más o menos celebrada en Mojados en la que resultaron merecidos triunfadores el colombiano Luis Bolívar y Javier Sánchez Vara que abrieron la puerta grande de la plaza y en la que un toro del Quiñón obtuvo el pañuelo azul por su codicia, bravura y acometividad.
Ahora Mauricio Gamazo, hijo de Íñigo, junto con Juan Sagarra Gamazo, el embajador más especial y notorio de esta vacada, recordatorio vivo de un ayer y de un mañana unidos por la fiesta de toros, siguen en la brecha intentando abrirse paso en un mercado muy difícil y complicado pero por estar haciendo bien las cosas, las puertas de esa ganadería vuelven a dotar las ferias con sus toros del Raso de Portillo, prez y honra de una familia, la heredera de Don Germán Gamazo y García de los Ríos, orgullo para Valladolid y toda nuestra tierra.
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